Firmaban de esa forma sus crímenes más
espectaculares (es decir, todos). Antes de su huída, siempre en los segundos previos
a la llegada de las fuerzas del orden, dejaban su tarjeta de visita. Un cartel,
una pared pintada, un mensaje de texto, panfletos repartidos a las corridas
mientras huían. Cualquier forma les era válida.
Tenían
seguidores y fanáticos; personas que guardaban carpetas de recortes, que les
sacaban fotos a los lugares por ellos visitas y creaban perfiles falsos en las
colmenas sociales de la red. Estaban en todas partes, cumpliendo su misión.
Claro que, como era de esperarse, nadie sabía cuál era esa misión; y el impacto
era tal que evitaba que surgieran imitadores de sus actos. Nadie quería arriesgarse
a hacer quedar mal a sus héroes.
Se
llamaban asesinos pero a nadie quitaban la vida; lo hacían de otro modo. Se comportaban
como un ejército de Robins Hoods modernos con la propuesta de destruir al
capitalismo que masacraba al mundo. Destruían bancos inundando sus bóvedas para
que todos los billetes y papeles allí guardados perdieran su valor; atacaban
los pozos petroleros para que no hubiera barcos derramando su contendido en el
océano; enseñaban cómo reciclar plásticos y muebles viejos para detener la tala
del último reducto verde del mundo que aún perduraba en el Amazonas andino. En
su página web tenían información para armar cultivos sustentables en poco
espacio, como el de los balcones de los departamentos monoambiente en los que
nos obligaban a vivir hacinados en las ciudades mientras los campos se acumulan
en las manos de unos pocos dueños. Presentaban las pautas para una educación
libertaria y laica pero, fundamentalmente, predicaban el culto al anonimato.
No
lo hacían por la fama, decían; lo hacían porque el mundo lo necesitaba y la
política los había defraudado. La gente se volvía loca de ansiedad esperando
por un nuevo atentado a la razón; como esa vez en que donaron más de 70.000
libros a las bibliotecas populares de Haití en encomiendas sin remitente. O las
millones de dosis de medicamentos de primera necesidad enviados a las aldeas
africanas, no a la onu ni a la oms, sino a los verdaderos necesitados, aquellos
que no harían una campaña publicitaria con sus actos. Organización alguna
estaba libre de las críticas de los asesinos filántropos.
Nadie sabía cómo se financiaban, aún
cuando se señalaba a varios millonarios, así como a sus fundaciones, presuntamente
implicados; pero todos lo negaban, nadie quería ser el centro de atención.
Además de que los millonarios necesitaban continuar blanqueando sus ganancias
de algún modo y no atentar como la fuente de las mismas, es decir, la
ignorancia del resto de la población.
El
anonimato era su mayor muestra de transparencia; si nadie sabe quién fue, a
nadie puede acusarse. Y, el sistema, la única verdadera víctima de sus
acciones, no daba señales de resentirse en lo más mínimo. Por lo menos, claro
está, no es lo inmediato.
7 comentarios:
Ojalá se dieran una vuelta por éstos pagos...
Saludos y Suerte
J.
Es muy cinematográficos, como la saga esa de los autos. O las de estafas maestras, las de los ilusionistas que roban con magia.
Es una idea que gusta, colega demiurgo.
Interesante y valiente...
Abrazotes.
En definitiva, querían asesinar al sistema, pero se cuenta que el sistema es inmortal.
Yo quise darme un vuelta por estos pagos, porque me sigue pareciendo un lugar acogedor, con perdón de la palabra.
Un abrazo.
HD
Por eso es tan importante desvelar al asesino y no dejarse llevar por sus cantos de sirenas... Hay que estar atentos siempre hermano lobo
un abrazo
Gracias por el poquito de azúcar en mi taza diaria de escepticismo.
Me voy soñando.
Abrazos!
Muy bueno, José, y hay de estos en el mundo, verdaderos filántropos, perseguidos siempre. Como el que interceptó una radio en Islas Malvinas e hizo sonar el himno nacional argentino el 2 de abril. El último que encontré, mira Josep Pamies, quizá te guste escucharlo. https://www.youtube.com/watch?v=kFQ9uvpGDJA
Un gusto leerte, saludos José
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