miércoles, 8 de abril de 2015

La Clase

Con el libro entre las manos, leía en voz alta:
            —Después de todo, los hombres son como copos de algodón. Suavecitos y tiernos cuando se los tiene en la mano, puede apretársele el cuerpo que volverán a como eran. Tienen cosas buenas pero no tantas como tendrían si fueran copos de azúcar. En ese caso sí, serían perfectos, pero, como es sabido, no puede tenerse todo a la vez.
            Guardó silencio para señalar el final de la frase, de la historia.
—¿Quién puede decirme qué significa? —preguntó la profesora.
La clase la miró en silencio; un silencio que iba mucho más allá del respeto habitual.
—¿Nadie? —preguntó—. ¿Cómo interpretan el mensaje?
Dejó pasar dos minutos, en el silencio únicamente la respiración de un alumno resfriado se escuchaba desde alguna parte del salón. El resto simulaba mirar hacia otro lado, el suelo, o donde fuera mejor para no cruzarse con sus ojos.
—Se supone que la clase, como taller de lectura para adultos, se construye con el diálogo. Pero si nadie quiere hablar, si nadie se atreve a decir lo que está pensando mientas trabajamos con los textos, nada de todo esto tiene mucho sentido.
La alumna de siempre levantó la mano, algo más que el fastidio habitual se le notaba en el rostro.
—Puede ser que quiera significar algo así como que el hombre nunca cambia, que continua en lo mismo por más que el exterior lo empuje al precipicio, se mantiene estoico, terco, en una posición desfavorable aún cuando sabe que está haciendo lo incorrecto —dijo con la voz cansada y aburrida.
—¿Están de acuerdo? —preguntó la profesora tan cansada y aburrida como el resto de los alumnos.
Silencio otra vez. Dos o tres personas ensayaron abrir la boca, pero sin emitir sonido alguno.
—Terminamos por hoy —dijo, entre enojada y decepcionada, la profesora.
La mayoría de los alumnos desaparecieron, sus formas se concentraron en un diminuto círculo blanco antes de desaparecer como las viejas televisiones catódicas. Algunos salieron caminando del salón haciendo ruido con los pies.
La profesora acomodó sus papeles guardándolos dentro de un bolso; cuando salió, la alumna de siempre la esperaba en la puerta, apenas sonriendo pero alegre porque la tortura por fin había terminado.
—¿Vamos? —preguntó.
La profesora asintió con la cabeza. Caminaron por el pasillo hacia la puerta tomadas de la mano.
—Los hologramas son cada vez peores —dijo, la profesora, antes de salir del edificio.

11 comentarios:

José A. García dijo...

Y ni hablar de lo que eran antes...

Saludos

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Que tan tomadas de la mano?
Eso de los hologramas me recordó ese concepto con el que nos identificamos.
Muy poco eficiente para interpretar textos, algunos imperfectos, parecen la versión tecnológica de la obra de un demiurgo.
Saludos.

Bluesman in the dark dijo...

Simplemente decirte que me ha gustado mucho,contiene muchísima más enjundia que lo que su breve forma parecería indicar. Un saludo. Mario.

mariarosa dijo...


Vaya imaginación, será así en el futuro...¿quién sabe?

Saludos.

la MaLquEridA dijo...

¿Qué tal que la maestra no era suficientemente buena como para hacer participar a los alumnos? Eso puede ser, si.

Saludos

BEATRIZ dijo...

No parece taller de lectura para adultos, más bien una clase de chocos corrientes.
Otro caso sería como cuando se leen cosas que solo producen silencio.

Saludos.

gla. dijo...

Me gustó tu texto...el final
Abrazos

fany sinrimas dijo...

Me gusta este texto, pero creo que podría haber sido más explícito para alcanzar todo el meollo de esa situación; tal como está, me resulta algo críptico.
Me hubiera gustado saber las opiniones sobre ese concepto de hombre-algodón y hombre-azúcar.

En todo caso, me ha gustado y lo veo un tema original.
Un abrazo.

Noelia A dijo...

Buen final, me gustó. Esperemos que no nos convirtamos de a poco en hologramas.

Lucas Fulgi dijo...

Demasiado blando, el algodón. Yo diría que algunos hombres son mucho menos flexibles.

Saludos

José A. García dijo...

Gracias por las visitas y los comentarios que ayudan a repensar ciertas cosas que no están del todo claras en el texto y que, por ende, señalan la necesidad de continuar trabajándolo.

¿Qué tan tomadas de las manos? No lo sé, lo suficiente como para señalar que estaban tomadas de las manos...

Saludos

J.