Con el libro entre las manos,
leía en voz alta:
—Después
de todo, los hombres son como copos de algodón. Suavecitos y tiernos cuando se
los tiene en la mano, puede apretársele el cuerpo que volverán a como eran. Tienen
cosas buenas pero no tantas como tendrían si fueran copos de azúcar. En ese
caso sí, serían perfectos, pero, como es sabido, no puede tenerse todo a la
vez.
Guardó
silencio para señalar el final de la frase, de la historia.
—¿Quién puede
decirme qué significa? —preguntó la profesora.
La clase la
miró en silencio; un silencio que iba mucho más allá del respeto habitual.
—¿Nadie?
—preguntó—. ¿Cómo interpretan el mensaje?
Dejó pasar dos
minutos, en el silencio únicamente la respiración de un alumno resfriado se
escuchaba desde alguna parte del salón. El resto simulaba mirar hacia otro
lado, el suelo, o donde fuera mejor para no cruzarse con sus ojos.
—Se supone que
la clase, como taller de lectura para adultos, se construye con el diálogo. Pero
si nadie quiere hablar, si nadie se atreve a decir lo que está pensando mientas
trabajamos con los textos, nada de todo esto tiene mucho sentido.
La alumna de
siempre levantó la mano, algo más que el fastidio habitual se le notaba en el
rostro.
—Puede ser que
quiera significar algo así como que el hombre nunca cambia, que continua en lo
mismo por más que el exterior lo empuje al precipicio, se mantiene estoico,
terco, en una posición desfavorable aún cuando sabe que está haciendo lo
incorrecto —dijo con la voz cansada y aburrida.
—¿Están de
acuerdo? —preguntó la profesora tan cansada y aburrida como el resto de los alumnos.
Silencio otra
vez. Dos o tres personas ensayaron abrir la boca, pero sin emitir sonido alguno.
—Terminamos
por hoy —dijo, entre enojada y decepcionada, la profesora.
La mayoría de
los alumnos desaparecieron, sus formas se concentraron en un diminuto círculo
blanco antes de desaparecer como las viejas televisiones catódicas. Algunos
salieron caminando del salón haciendo ruido con los pies.
La profesora
acomodó sus papeles guardándolos dentro de un bolso; cuando salió, la alumna de
siempre la esperaba en la puerta, apenas sonriendo pero alegre porque la
tortura por fin había terminado.
—¿Vamos?
—preguntó.
La profesora
asintió con la cabeza. Caminaron por el pasillo hacia la puerta tomadas de la
mano.
—Los
hologramas son cada vez peores —dijo, la profesora, antes de salir del edificio.
11 comentarios:
Y ni hablar de lo que eran antes...
Saludos
J.
¿Que tan tomadas de la mano?
Eso de los hologramas me recordó ese concepto con el que nos identificamos.
Muy poco eficiente para interpretar textos, algunos imperfectos, parecen la versión tecnológica de la obra de un demiurgo.
Saludos.
Simplemente decirte que me ha gustado mucho,contiene muchísima más enjundia que lo que su breve forma parecería indicar. Un saludo. Mario.
Vaya imaginación, será así en el futuro...¿quién sabe?
Saludos.
¿Qué tal que la maestra no era suficientemente buena como para hacer participar a los alumnos? Eso puede ser, si.
Saludos
No parece taller de lectura para adultos, más bien una clase de chocos corrientes.
Otro caso sería como cuando se leen cosas que solo producen silencio.
Saludos.
Me gustó tu texto...el final
Abrazos
Me gusta este texto, pero creo que podría haber sido más explícito para alcanzar todo el meollo de esa situación; tal como está, me resulta algo críptico.
Me hubiera gustado saber las opiniones sobre ese concepto de hombre-algodón y hombre-azúcar.
En todo caso, me ha gustado y lo veo un tema original.
Un abrazo.
Buen final, me gustó. Esperemos que no nos convirtamos de a poco en hologramas.
Demasiado blando, el algodón. Yo diría que algunos hombres son mucho menos flexibles.
Saludos
Gracias por las visitas y los comentarios que ayudan a repensar ciertas cosas que no están del todo claras en el texto y que, por ende, señalan la necesidad de continuar trabajándolo.
¿Qué tan tomadas de las manos? No lo sé, lo suficiente como para señalar que estaban tomadas de las manos...
Saludos
J.
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