miércoles, 25 de febrero de 2015

Pensando en voz alta

La experiencia, la mayoría de las veces, le da un nuevo sentido a nuestras reacciones. No hablo de mejor o peor, sino de algo nuevo, diferente, alternativo, si se prefiere dicha palabra, a lo que conforma las bases de nuestro ser.
            Pensemos, por ejemplo, en nuestro nacimiento. Motivo de alegrías ajenas durante los primeros años de nuestro desarrollo; de alegrías personales durante la infancia, donde los regalos obnubilan cualquier realidad; de alegría teñida de tristeza la mayoría de veces durante la adolescencia que adolece de muchísimas cosas tales como sentido o razón de ser.
            Pasando, luego, a ser motivo de festejo (que no necesariamente incluye a la alegría), superada la etapa de pseudo-rebelión obligada por las necesidades del mercado, durante la primera juventud. Fiestas regadas por el alcohol y otros mejunjes, durante la segunda juventud; fiestas con ribetes melancólicos por todo lo que pretendíamos hacer pero que quedó en la nada o se transformó en algo diferente, durante la tercera juventud; fiestas en donde la alegría por la aparición de retoños ajenos, y algunas veces también propios, se contagia, durante la cuarta juventud.
            Hasta llegar a la etapa de la eterna juventud en la que comenzamos a notar que lo que rodea a las fechas que supieron ser de alegría es la nostalgia, cuando no el olvido, sobre cosas pasadas. Familiares que ya no están, libros prestados y jamás devueltos, besos robados hace tanto tiempo que nuestros labios no guardan recuerdo alguno, y una larga sucesión de detalles que sólo tienen sentido para nosotros y nadie más. ¿Cómo pretender que alguien que no es nosotros mismos comprenda todas nuestras referencias en los diálogos faltos de continuidad? Eso nunca ocurrirá, ni siquiera con nuestros clones efímeros.
            Si esto es posible con algo como el nacimiento, imaginen lo que podría significar cuando por fin nos alcance la muerte tan ansiada, tan negada, tan temida, tan olvidada. Lo único que nos queda es imaginar la reacción de quienes perduren luego de nuestro paso por la vida, sabiendo que siempre creemos mejores a las personas que no se lo merecen y aquellas en quienes dudábamos pueden, muy bien, sorprendernos por sus genuinas expresiones.
            Claro que, en ese caso, ya no estaríamos, así que, ¿a quién puede importarle toda ésta divagación?

3 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Pseudorebelión obligada por un mercado.
Tal vez hayas planteado algo para tener en cuenta, colega demiurgo. Tal vez sea cumplir con la cuota de rebelión para plegarse al sistema.
Y más melancólicos deben ser los besos no robados o no conquistados.
¿Es la muerte algo deseado? Tal vez lo sea por imaginar futuras vidas con futuras juventudes con rebeliones verdaderas, y con abundancia de besos recibidos.

serafin p g dijo...

terrible destino el de la experiencia, deber su existencia a los difusos aciertos y desvaríos de la memoria.

salute!

José A. García dijo...

Demiurgo, Serafín, gracias por sus aportes, visitas y aguante.

Saludos

J.