La experiencia, la mayoría de las veces, le da
un nuevo sentido a nuestras reacciones. No hablo de mejor o peor, sino de algo
nuevo, diferente, alternativo, si se prefiere dicha palabra, a lo que conforma
las bases de nuestro ser.
Pensemos,
por ejemplo, en nuestro nacimiento. Motivo de alegrías ajenas durante los
primeros años de nuestro desarrollo; de alegrías personales durante la
infancia, donde los regalos obnubilan cualquier realidad; de alegría teñida de
tristeza la mayoría de veces durante la adolescencia que adolece de muchísimas
cosas tales como sentido o razón de ser.
Pasando,
luego, a ser motivo de festejo (que no necesariamente incluye a la alegría),
superada la etapa de pseudo-rebelión obligada por las necesidades del mercado,
durante la primera juventud. Fiestas regadas por el alcohol y otros mejunjes,
durante la segunda juventud; fiestas con ribetes melancólicos por todo lo que
pretendíamos hacer pero que quedó en la nada o se transformó en algo diferente,
durante la tercera juventud; fiestas en donde la alegría por la aparición de
retoños ajenos, y algunas veces también propios, se contagia, durante la
cuarta juventud.
Hasta
llegar a la etapa de la eterna juventud en la que comenzamos a notar que lo que
rodea a las fechas que supieron ser de alegría es la nostalgia, cuando no el
olvido, sobre cosas pasadas. Familiares que ya no están, libros prestados y
jamás devueltos, besos robados hace tanto tiempo que nuestros labios no guardan
recuerdo alguno, y una larga sucesión de detalles que sólo tienen sentido para
nosotros y nadie más. ¿Cómo pretender que alguien que no es nosotros mismos
comprenda todas nuestras referencias en los diálogos faltos de continuidad? Eso
nunca ocurrirá, ni siquiera con nuestros clones efímeros.
Si
esto es posible con algo como el nacimiento, imaginen lo que podría significar
cuando por fin nos alcance la muerte tan ansiada, tan negada, tan temida, tan
olvidada. Lo único que nos queda es imaginar la reacción de quienes perduren
luego de nuestro paso por la vida, sabiendo que siempre creemos mejores a las
personas que no se lo merecen y aquellas en quienes dudábamos pueden, muy bien,
sorprendernos por sus genuinas expresiones.
Claro
que, en ese caso, ya no estaríamos, así que, ¿a quién puede importarle toda
ésta divagación?
3 comentarios:
Pseudorebelión obligada por un mercado.
Tal vez hayas planteado algo para tener en cuenta, colega demiurgo. Tal vez sea cumplir con la cuota de rebelión para plegarse al sistema.
Y más melancólicos deben ser los besos no robados o no conquistados.
¿Es la muerte algo deseado? Tal vez lo sea por imaginar futuras vidas con futuras juventudes con rebeliones verdaderas, y con abundancia de besos recibidos.
terrible destino el de la experiencia, deber su existencia a los difusos aciertos y desvaríos de la memoria.
salute!
Demiurgo, Serafín, gracias por sus aportes, visitas y aguante.
Saludos
J.
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