Sus palabras son el fuego que arden en su boca,
que suben por su garganta y se escupen como chispas que incendian cuanto tocan.
Nada queda de aquello que se cruza con su aliento fatal. No, no es halitosis,
es la sangre de dragón que corre por sus venas.
Ella
me lo confesó un día.
Pero
no le creí, preferí, en cambio, amarla.
Ahora
soy el prisionero de sus llamas.
Su
único prisionero.
8 comentarios:
Gracias por sus visitas y comentarios.
Por las dudas, la imagen no es mía. Repito: no es mía.
Saludos
J.
Aun sabiendo la verdad, era inevitable sucumbir ante ella, amarla.
Y saber más hubiera incentivado aquello.Aun más siendo un demiurgo.
No lo podría haber dicho mejor.
Gracias por la visita.
Saludos!
J.
¡Siendo tú el único prisionero, me imagino que habrá mucha saña en los abrazos!
Saludos y feliz 2015 :)
Tu texto me recordó muchos de los pasajes de la novela Ella, de Henry Rider Haggard (si, el mismo de las minas del rey Salomón y Allan Quatermain). Obra recomendada
Hacen falta más hembras de dragón como la suya y menos lagartas... Suerte que tiene, me alegro sinceramente por usted.
Sgt. Pepper.
Gracias por las vistas y los comentarios siempre muy acertados sobre mis textos. Sé que si están leyendo no estoy haciendo todo esto para nada.
Saludos!
J.
Precioso...
Un beso
Publicar un comentario