domingo, 16 de noviembre de 2014

Ansiedades mal deseadas


Cuando me lo dijo la primera vez apenas atendí a sus palabras, concentrado como estaba en las beldades de su cuerpo desnudo y sonrosado, que se presentaba ante mí como una fruta deliciosamente sabrosa, madura y a punto de desprenderse de su origen, cualquier otra cosa carecía de importancia.
            Hablamos, pero mi mirada no dejaba de recorrerla; por eso, como dije, la primera vez, sus palabras fueron apenas sonidos. No me encontraba allí para oír sus devaneos filosóficos, sino para otra cosa por completo diferente. Ella lo sabía, yo lo sabía, ambos estábamos de acuerdo.
            Me había llevado mucho tiempo encontrarla, aún cuando creía que nunca lo lograría o, si lo hacía, no tomaría el doble o el triple de calendarios gastados el llegar hasta ella. Pero, quizá sea que mi deseo, mi anhelo, eran tan fuerte, tan innegable, que me llevó hasta su morada antes siquiera de que diera el primer paso en mi búsqueda.
            Como fuera, pude encontrarla. Allí donde las leyendas dicen que estaba; sólo que nadie cree ya en las leyendas ni en los cuentos que usamos para poner a dormir a los niños. Además de que los Grimm, que también la conocieron, según me contó más tarde, cumplieron muy bien su trabajo cuando escribieron sus historias y ubicaron siempre en el mismo lugar al mismo personaje, con otros nombres, pero las mismas intenciones, los mismos placeres buscados.
            Dije que había llegado a su morada y, tras los nueve baños rituales de purificación de mi cuerpo y mis entrañas, ella se presentó ante mí. Un velo negro ocultaba apenas su cuerpo núbil y hermoso, tan irreal como las mentiras de Jacob y Wilhelm. La prisión de mis ojos estaba allí cuando ella dejó caer el velo y dijo, con palabras suaves, apenas moviendo los labios, con sonidos que se parecían al aroma de la primavera:
            —Deseas la inmortalidad —dijo acercándose a mí, dejándome sentir el calor de su piel, la tibieza de su aliento, sus suaves cabellos—, pero ella es mi derecho…
            Nos fundimos en un abrazo que se convirtió en jadeos y sorpresas de movimientos lentos y descubrimientos; hasta que caímos dormidos sobre el mármol del suelo, que calentábamos con nuestros cuerpos, en esa habitación tan extraña en la que nos habíamos encontrado.
            No estoy seguro de si hablé, si murmuré mi deseo o sólo lo pensé; recuerdo, en cambio, su sonrisa de satisfacción mientras el cansancio cerraba mis ojos.

4 comentarios:

José A. García dijo...

Supuse que si le ponía de título 'Maléfica' todos entenderían que hablaba de la actriz y no del personaje.

Algunos problemas con los títulos últimamente...

Saludos

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Yo entendido que se trataba del personaje. La actriz la personificó muy bien. Que encantadora sonrisa maligna.

Algo más en común, colega demiurgo.
Maléfica me ha parecido fascinante, una villana muy deseable, más para amarla que para odiarla.
Su cuerpo sin duda que debe se hermoso, como sus ojos. Que gran historia que escribiste. No te voy a pedir su dirección, porque seguro de que no la darías, para evitar la competencia de otro demiurgo.

la MaLquEridA dijo...

¿Soñaste con Maléfica? Las "malas" atraen mas que las aburridas " buenas".



Saludos

taty dijo...

Muy bueno lo de estar distraído al punto de no prestar atención a los devaneos filosóficos. ¿No dicen que el diablo está en los detalles? :D

Abrazos.