Se enfrentó, una vez más, a la página en blanco.
Allí estaba ella, lista para ser escrita; allí estaba él, con todo preparado
para cumplir con su función. Unas tenues líneas a lápiz trazaban los renglones
para que la letra no se fuera ni hacia arriba ni hacia abajo, y eso era todo.
A
un lado la pluma aguardaba, junto al interruptor de la luz que iluminaba el
escritorio. Todo estaba preparado para comenzar.
Para
observar la página casi impoluta.
Y lo hizo, la miró. Volvió a mirarla
y desvió la mirada. Vagó con los ojos por las paredes. La estantería cargada de
libros. Un cuadro viejo y horrible que colgaba junto a la puerta, recuerdo de
algún familiar. La hoja en blanco. La pluma, también era un recuerdo, pero de
otra cosa. La pared. La ventana, desde donde podría ver el patio interno de la
casa del a vecina. La hoja. Un televisor apagado, porque ya ni se preocupaba
por encenderlo. La hoja aún en blanco. Los libros, leídos y sabidos, junto con
los no todavía no visitados. La solitaria hoja en blanco.
Una
mancha de humedad en el techo. La hoja. Un ruido que llegaba desde la ventana.
Una hoja ciclópea que lo miraba sin pronuncia palabra. Las piernas le pedían
que se acomodara de otro modo. La hoja sin escribir. El silencio, como un
mantra, que lo incitaba a olvidarse de sí mismo. La hoja en blanco. La tinta y
la pluma esperando.
Pero
la hoja estaba en blanco.
Casi
tanto como su pensamiento.
Las
manos, cansadas de tamborilear contra la madera del escritorio, las pocas nubes
que se distinguían en el cielo que iba oscureciéndose. La ausencia del tic-tac
del reloj al que olvidó darle cuerda. Ruidos en la casa vecina, gritos, gente
hablando entre sí sobre una página que continuaba tan vacía como al principio
de la tarde. Un calendario que nunca aprendió a detenerse. Una pluma que
quisiera ser utilizada sobre una página vacía. Libros viejos, con sus páginas
por completo escritas, que lo miraban como si se rieran de su predicamento.
Y
la página en blanco.
Vacía.
Vacío.
Blanca.
Blanco.
Las
paredes opresivas, el techo deprimente, la soledad de la noche que acusa una
página en blanco jamás escrita. Una página que se esconde en el interior de un
cuaderno, una mano que extiende una manta y un cuerpo que se deja abrazar por
el sillón, la monotonía y esa pequeña muerte que a veces denominamos sueño.
14 comentarios:
Ciertas rutinas son imposibles de quebrantar.
Como la de no tener tiempo para visitarlos a todos en sus respectivos blogs, de lo cual me lamento. Aún espero a que los suizos creen un reloj de 40 horas diarias, así creo que tendría el tiempo suficiente para todo.
Saludos
J.
¡Maldita hoja en blanco producto de mis desvelos!
¿Reloj de 40 horas? ¡Noooooo!
Fabuloso!
No se te guarda rencor por la falta de visitas.
Sugeriría intentar el ejercicio de escribir en la madrugada; quién sabe, a lo mejor las sombras esconden los detalles en el techo y las paredes.
Lo del silencio, eso sí, sigue siendo un problema.
Encantada con el espejo, digo, el texto.
Besos!
Prueba a arrojar sombras, a veces crecen, al menos en los dibujos.
Un saludo
Conozco esa sensación, colega demiurgo.
Creo que la conozco demasiado. Como seguro la debe conocer cualquiera que intenta escribir.
Y escribir con computadoras no varía mucho. Tengo textos empezados, sin poder continuar. Y aun peor, tengo textos que son un rejunte de frases, inconexas, párrafos confusos.
Para mi, como origamista, en la hoja blanca está el avioncito de papel, el barquito de papel, etc, etc. Nunca vacía.
papel que abolla
papel que dobla
papel que queda
papel que quema
papel que obra
papel que plancha
papel que sobra
papel que falta en la hora exacta
papel que juega
papel que estira
papel que envuelve
que baraja
que me ametralla
en la pared
en la palabra
papel de bobo
papel de burro
papel basura
deviene escombro
yo te saludo
com mis manos
que hago pájaros
para volar.
Un poema de gregorio , origamista.
Un abrazo Silvi.
la hoja en blanco es todo oportunidad, eterna posibilidad, hasta que la arrogante ocurrencia la ultima con su impronta.
Esa hoja en blanco que no se llena, todos los que escribimos cualquier estilo de texto pasamos por ello.
Nunca he tenido esa sensación, más bien me faltan hojas y tiempo con qué llenarlas. Pero puedo imaginar lo contrario; verás...
Cuando tocaba la viola en una orquesta barroca, con el tiempo logré el puesto de viola solista, es decir que si había un solo pues tenía que tocarlo yo SOLA, EN PRIMERA FILA, DELANTE DEL PÚBLICO. Aunque fueran cuatro pequeñas corcheítas que me sonreían en la esquina del pentagrama, yo las veía como cuatro orondas y escandalosas notas rojo carmesí que me decían a voz en grito: "Te vas a eauivocar, acuértate de hacer el doble bemol, ojo a la entrada del director, no te olvides del staccato..."; y tal y como me acercaba a ellas, se empeñaban en gritarme más y más fuerte, el sudor de las manos aumentaba, el arrebol de mis mejillas era febril y creía morir a ritmo de samba de mis latidos.
¿Cómo se llamaría ese estado de horror? Y no sería miedo escénico...
Un abrazo, compañero. ¿Cafelito?
Muy buena entrada y me pareció que la última parte, de tan bien escrita, es un poema.
La hoja en blanco tiene su temporada, a veces algo que ves en la calle, un comentario, hasta una nota periodística, algo que te despierta y te regala las musas necesarias.
mariarosa
Así esta mi página, en blanco. Pero lo mío quizá sea por falta de preparación, no hay líneas sutilmente dibujadas para seguir, ni una fórmula para empezar la carrera. Cuando ocurre, sucede y puede ser torpemente.
Lo tuyo es un buen ritual, aunque para escribir a veces es necesario hacer las cosas de un modo y en un lugar distinto.
Un placer saludarte.
Gracias a tod@s por sus palabras, ayudan a seguir intentándolo, aún cuando el tiempo no alcance para mucho.
Suerte para todos.
J.
¿Posibilidades de vivir? Sí, hay una. Es una hoja en blanco, es despeñarme sobre el papel, es salir fuera de mí misma y viajar en una hoja en blanco.
Detrás de la página en blanco hay un puñado de palabras, silenciosas, rebeldes, engreídas. Con ésas es con las que hay que fajarse, a cuchillo si es posible.
Un saludo.
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