martes, 28 de octubre de 2014

Cavilaciones

Supongo que, en algún momento entre el momento en que miré por última vez la hora en mi reloj y éste mismo momento, el reloj dejó de funcionar. Claro que no me percaté de ello en el momento en que ocurrió, porque no lo estaba mirando cuando sucedió. Pero así fue, ya que en éste momento, como dije, ignoro la hora y por más que mire el reloj de un momento a otro, éste no avanza.
            Pero este es un problema secundario teniendo en cuenta que cuando miré por última vez, el reloj me anunció que me acercaba peligrosamente a la hora en que debía de encontrarme en otro sitio para cumplir otras de mis funciones (anunciar la hora, como ustedes ya saben), y que yo seguía allí, en el mismo sitio, en la estación del tren, esperando, aguardando, aguantando, mirando, orinando, contemplando el andén, y todos los verbos terminados en ando mientras, por supuesto, del tren que debía de haber pasado hace tres días, ni la más mínima noticia. Ni siquiera una estela de humo de la locomotora, ni un pitido, ni una vibración, ni un mísero mensaje de texto. Nada.
            La confusión aumentó, de ser posible, al percatarme, entre otras muy variadas cosas, que la higiene en ese lugar no era muy buena; que las ventanas y las puertas del edificio estaban tapiadas y que una familia de zarigüeyas habitaba en el que supo ser el servicios de caballeros.
            Debía de haberme percatado que algo extraño sucedía con el sólo hecho de ver cómo el pequeño retoño de abedul crecía en medio de las vías, desgarrando el firme camino de esas dos gotas de civilización. Sí, lo sé, debería de haberme dado cuenta antes de todo esto, mucho antes de pasarme tanto tiempo esperando un tren que nunca llegaría y del cual el reloj estáticamente muerto era, apenas, una más de sus señales.
            Entenderán ustedes que no me resulta para nada sencillo asociar más de dos o tres ideas, dos o tres hechos, estando tan muerto que ni siquiera soy capaz de recordar mi nombre ni el por qué de la soga que rodeaba mi cuello en aquella viga abandonada en medio del vetusto andén.

6 comentarios:

José A. García dijo...

Y es que las neuronas ya no funcionan como antes...

Saludos y gracias por sus visitas y comentarios.

J.

Martha Barnes dijo...

¡Debe ser como vos lo narras ,sino muy parecido!!!!Martha

José A. García dijo...

Gracias Martha, por la visita, el comentario y el apoyo moral.

Saludos

J.

censurasigloXXI dijo...

¿Permanencia desconcertada? Es posible que sea una característica de los "fantasmas"...

La naturaleza seguía su curso aunque la vía estuviera tan muerta como él.

Cafelito.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Los relojes pueden dejar de funcionar en los momentos más inoportunos.
Y no se puede confiar en los trenes.
Tan desagradables para vivos y fantasmas.
Me pareció que tus neuronas funcionaron bien, colega demiurgo.

José A. García dijo...

Censuras, Demiurgo, gracias por sus visitas y comentarios, como siempre, sé que puedo contar con ustedes para la lectura.

Saludos

J.