Después de un tiempo cualquier cosa que hemos
hecho puede considerarse de dos maneras. Como algo innecesario o como un momento ridículo
en nuestras vidas. Si bien esta actitud no es fácil de aceptar, lo bueno es ir
haciéndose a la idea porque, con el paso de los años, se torna cada vez más
real, más pesadas, más innegables.
Como
esas fotografías de otras épocas, de nuestro pasado o del pasado de nuestro
pasado, donde nos resulta difícil de creer que alguna vez hubiera sido posible
utilizar ese corte de pelo, esa ropa, esos colores, esa barba; o aceptar una
pose política hoy en desuso. Miramos eso desde nuestro presente y nos sentimos
irremediablemente ridículos.
Revisé
el diccionario de lado a lado, y ninguna otra palabra de las allí consignadas
se apega más a ese sensación. Ridículo.
Y
es sabido que del ridículo y de la muerte, nunca se vuelve. Y dudo de la
supuesta imposibilidad del retorno en el segundo de esos casos.
Ahora,
lo innecesario son todas esas acciones que creímos fundamentales en nuestro
devenir pero que, luego de que todo quedara atrás, nos damos cuenta que
podríamos habernos ahorrado dicha situación. Fue innecesario haber ido a esa
fiesta. Fue ridículo gastar todos nuestros ahorros postales en un celular de
alta gama que se arruinó con una lluvia inesperada dos semanas después (cuando
todavía ni siquiera habíamos aprendido a usarlo y teniendo aún que pagar quince
cuotas más para que fuera definitivamente nuestro). Fue innecesario presentarse
en esa entrevista de trabajo para el que sabíamos que estábamos sobrecalificados.
Fue
innecesario hacer la mímica de las elecciones cada dos o cuatro años según los
caprichos políticos de la administración de turno, porque nunca cambiaba nada.
Fue
ridículo e innecesario hablar con ella, porque sabíamos que nuestra vida era
inexistente ante sus ojos.
La
enumeración de esos momentos puede convertirse en algo eterno y múltiple.
Pero
si supiéramos cómo identificarlos, como evitarlos, como confiar en lo que
sabemos que pasará, tendríamos tantas cosas menos de las que avergonzarnos y,
al mismo tiempo, tanto para hacer a nuestro favor que, en algunos casos, da
miedo. Mucho miedo.
Pero
el miedo es también ridículo y, muchas veces, innecesario.
Así
que, ¿por qué no intentarlo?
7 comentarios:
Hay tantas imágenes en la red cuando escribimos "ridículo" en el buscador que fui incapaz de decidirme por una sola de ellas.
Suerte con el intento.
J.
Regreso del ridículo. Sería un título maravilloso, sea para un poema, una película, una telenovela.
Usted ponga la esperanza donde mejor le convenga.
Excelente texto, encantada de regresra por estos lares.
Abrazos!
No es necesaria la imagen, todos tenemos en la espalda una mochila llena de momentos que podríamos habernos ahorrado, de palabras que podríamos haber evitado y de gestos inútiles de bondad para con algunos que podrían, igualmente, haberse ahorrado existir.
Pero de ellos se aprende, de los errores y de los ridículos. No quisiera volver de ninguno de los dos. A lo hecho pecho y el muerto al hoyo...
Un abrazo y un buen cafelito.
Bueno,no te equivocaste
en nada.....y lo malo es que de algunos actos o dichos ridículos nos acordamos siempre, Martha
El problema, colega demiurgo, es que no siempre el ridiculo es obvio. A veces, la perspectiva lo encubre. Se nota recién cuando es punto de partida de sucesos desafortunados y no gloriosos.
Y veces se identifica mal. Se cree que el ridiculo fue plantear algo sin sentido, una nueva idea, un nuevo estilo musical, una teoría científca. Para descubrir tiempo después, que el ridiculo fue ser un detractor de algo genial.
relajate José ...todo se desvanece frente a la muerte.
Gracias por los comentarios y sus visitas. Eso ayuda a continuar, si se sabe que habrá alguien interesado en leer cuanto uno escribe.
Suerte!
J.
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