De pronto, sin proponérmelo, me detuve. Existía
algo que me preocupaba más incluso que el hecho de lograr a toda costa mis
objetivos.
El
problema era mi cuerpo. Había dejado de percibirlo. Era incapaz de decir cuándo
fuera la última vez que sintiera algo, cualquier cosa, aún la sensación más
minúscula de lo que se puede ser conciente.
Mi
memoria flaqueaba y mi cuerpo se negaba a dar alguna señal.
Comencé,
también, a percatarme de otros problemas como, por ejemplo, de que no siquiera
recordaba cuáles eran mis objetivos, ni cuándo había comenzado tan alocada
carrera hacia ese destino tan aciago que ahora me castigaba. Pero, lo peor de
todo, tampoco recordaba por qué había decidido hacer aquello de lo que recuerdo
alguno poseía.
¿Dónde
se encontraban mis motivos?
¿Por
qué era necesario que me encontrara allí mismo?
¿Quién
era yo? ¿Quién había sido antes?
¿Qué
había ocurrido con mi cuerpo que era incapaz de sentir siquiera la brisa sobre
mi piel, el frío o el calor?
Si
la duda ha tenido lugar en algún momento, este era ese. Todo era una gran duda,
porque nada podía responder, ni siquiera era capaz de desnudar mis dudas y
evitar esas cuestiones que aturden al entendimiento de los filósofos.
Además
de que, sin cuerpo, ¿para qué preocuparme por tantas cosas?
8 comentarios:
Ésta vez no se me ocurrió ninguna imagen para ilustrar el texto que no, no habla de mí.
Habla de muchos de nosotros que hacemos cosas sin percatarnos de lo que sucede a nuestro alrededor.
Saludos
J.
No siempre es fácil percatarse de lo que ocurre alrededor. Por ser algo oculto, más allá de los sentido, o demasiado obvio.
Dejarse atravesar. Y no empantanarse. Como Adán Buenosyares, en la ficción. Como Tantos a quienes, por contemporáneos en estos tiempos de anestesia y ceguera, admiro. Gracias por el texto, José. Mis saludos
Tu relato se parece al tránsito de un muerto por el famoso túnel hasta descubrir la luz ,,,,¿Dicen!!!!!!!! Martha
A veces me pasa, José, es que vivo en... No, mejor no lo digo, prefiero la magia de tu texto.
Un fuerte abrazo.
HD
jajaja, mientras sea en cuerpo y alma todo está bien, porque cuando ya tiene el mismo final que tu texto, entonces todo es absurdo!
Saludos, miles.
En este caso no era necesario el cuerpo para percatarse porque era la mente la única que funcionaba, aunque comenzara a deteriorarse por falta de estímulos físicos...
Tantas veces nos sentimos así. Lo curioso es que solamente ocurre cuando nada es positivo y llega el momento en que todo carece de sentido.
Un abrazo y tu cafelito.
Y si se considera que no tiene preocupaciones ¿para que le da tanto tollo al asunto del cuerpo?
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