Lo descubrí leyendo una revista para
científicos, cuando era muy pequeño, y se suponía que no debía de ser capaz de
leer y entender ese tipo de cosas. Una revista que, por alguna razón, había
legado a la casa (imagino que el cartero se habrá equivocado de dirección, algo
muy común en esa época), o quizá íbamos a tener visitas y para parecer más
interesantes compraron un número al azar de una publicación cualquiera.
Como
fuera, la revista cayó en mis manos y la leí por completo, aún sin saber que
los créditos, los índices y las editoriales de ese tipo de publicaciones pueden
ignorarse sin más, dejando que los contenidos nos sorprendan por sí solos.
Claro
que si bien un 65% de las palabras allí utilizadas carecían de sentido, y el
diccionario estaba en un estante muy alto de la biblioteca casi vacía de la
sala como para acceder a él, entendí lo suficiente como para comenzar a
preocuparme.
Ese
día descubrí que grandes bolas de fuego rodean a la tierra y que los hombres,
por alguna razón que la revista evitaba explicar, habían denominado estrellas. Nombre poético para olvidarse
de la realidad de que el sol era, en definitiva, también, una de esas cosas de
fuego que giraba peligrosamente en torno a la Tierra.
El
terror, como no podía ser de otro modo, invadió cada uno de mis células, desde
sus componentes más básicos como el núcleo, el nucleolo y la pared celular,
hasta la composición de macroelementos que son los órganos del cuerpo, tal y
como lo explicaba, también y por supuesto, la revista.
¿Pueden
verlo? Una bola gigantesca y errática que en cualquier momento podía colisionar
con la tierra, la luna, la estación espacial Mir y el Lusat-1 al mismo tiempo.
Terrible. Catastrófico. ¿Qué pasaría con los sobrevivientes de un cataclismo de
tales proporciones?
En
esa revista evitaban dar una respuesta a dicha posibilidad, y en mi familia
nadie era capaz de entender mis preguntas, o cómo era posible que hablara con
palabras tan raras, suponiendo que fuera español el idioma que aún utilizaba.
Ni siquiera en el colegio pudieron ayudarme. A pesar de ello, la idea siguió
rondando en mi cabecita loca, como decía mi tía mientras tejía con agujas del
número ocho un par de medias para su difunto pretendiente.
Agujas
que ningún ojo, por bueno que sea su portador, puede resistírsele.
¿Entiende,
doctor? No quiero ver cómo acabará el mundo. No, no quiero. No. No quiero. ¿Más
pastillas? Si, por favor. Pero sólo si tiene de frambuesa porque las de menta
ya me cansaron.
Con ustedes, en una imagen tomada de la red, Mr. Lusat-1
6 comentarios:
Quiero dejar constancia que de forma irónicamente sarcástica, dedico éste texto a mis amiguitos de la uba. Ellos sabrán por qué.
Al menos eso espero.
Saludos,
J.
La única forma de curarse de esas obsesiones es dedicandose a escribir. Y transmitirles esas preocupaciones a otros.
Bien escrito, colega demiurgo.
Los hombres muy inteligentes no desperdician su tiempo en escribir en un blog. Con razón muchas veces no entiendo lo que escribes, ay.
muchas veces se confunde el saber, la cultura, con la inteligencia... y también se confunden esas cosas cósmicas de la que hablás...
si todavía no se sabe correctamente cuantos planetas hay!!! salu2...
Bueno... que no colisionará, sino que se engullirá a la tierra y lo que quede con ella, luego de haberlo hecho con los planetas interiores y antes de hacerlo con los exteriores. Dentro de 5x10^9 años. Para ese entonces probablemente estaremos infectando sistemas planetarios vecinos... Pero ese evento hará desaparecer definitivamente nuestras huellas en este mundo...
Y claro, la ciencia no es más que una forma de ver las cosas. Una extremadamente seductora. Irresistible. Ora perturbadora... ora tranquilizadora... mmm... ehhhh no no quiero ponerme esa cosa blanca con las mangas para atras... déjenme analizar estos datos... debo aplicar el análisis de la varianza... debo...
Cuanta ironía, que es real.
Muchos terminamos así; pastillas tras pastillas.
Un abrazo.
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