Elefantástico

Esto que les cuento sucede antes de la llegada del elefante que, como sabrán, se convirtió en la única medida de nuestro tiempo.

            Antes de él, la noche no se medía por su sueño.

            Pero, luego, el verano comenzó a comenzar el día en que el elefante se arrojaba agua con la trompa sobre el lomo por primera vez, para culminar como ya todos saben.

            Los casamientos que se hicieron siguiendo la rutina del elefante fueron los más duraderos, los que nunca se rompieron; eran relaciones de dos en las que nunca hubo discusión alguna, como si fueran, realmente, uno.

            Oh, si. Era muy bello el mundo entonces. Pero antes de su llegada también lo era. Cuando medíamos el tiempo con otras técnicas, otros modos, y convivíamos en un sordo enfrentamiento entre todos nosotros.

            El llamado de su bramido calma nuestras almas guerreras. Antes no había tal cosa. Luego hubo un elefante. Más tarde llegaron los cazadores.

            Sé que ustedes también los recuerdan. Querían marfil y nos ofrecían toneladas de monedas de papel a cambio de que le dijéramos dónde habíamos conseguido a nuestro elefante.

            Un ejemplar magnífico, macho, espléndido, reproductor y con los colmillos más grandes jamás vistos en ésta parte del mundo.

            Decían que quizá fuera el último.

            Nosotros respondían que también podía ser el primero; no comprendían la diferencia.

            Pero, oara el caso, era casi lo mismo. Y, el dinero, era mucho y necesario.

            ¿De dónde había venido? ¿De qué rincón de la selva infecta de mosquitos asesinos y plantas comehombres? ¿De dónde? Querían sus colmillos, su marfil, su piel, sus pezuñas, sus ojos, sus orejas, sus pelos para hacer talismanes.

            Pero querían, también, saber cómo había aprendido a hablar nuestro idioma.

            Algo que, ni siquiera él mismo, parecía saberlo.