Se oyeron dos gritos en medio de la madrugada;
gritos de voces de niños, de dolor, de desesperación, o cosa similar. Sólo dos
gritos. Supe de inmediato que, a pesar de lo inusual de la hora, no debía
preocuparme, en lo absoluto, ya que la señal de alarma pactada siempre había
sido de tres gritos consecutivos.
Esos
dos solitarios gritos bien podían significar otra cosa diferente, algún otro
acuerdo, alguna otra situación que me dejaba afuera de la misma por no conocer
el código de identificación, de dolor o, quizá, de placer. No lo sé, ni me
interesa saberlo.
Sería
alguna señal a algún grupo específico del campamento que para mí carecía de
valor; por lo que podía volver a dormir tan plácidamente como lo hacía antes,
sabiendo que esos ruidos que llegaban del oeste, tan parecidos a disparos, eran,
sin lugar a dudas, otra cosa, algo sin importancia.
De
otro modo, los dos centinelas que habíamos puesto de ese lado del campamento,
darían la alarma correspondiente.
Todos
lo saben, ¿para qué negarlo?
7 comentarios:
Cosas que pasan, dicen.
Saludos
J.
Mchalas, por no hacer caso amanecerá en calidad de fiambre.
Saludos
Saludos, siempre un gusto pasar por tu web.
Malquerida: Es muy posible, si.
Boris: Gracia por la visita y el comentario.
Saludos
J.
Ya tenemos el código muy bien asimilado: aunque escuchemos clamores, chillidos o alaridos sólo atendemos cuando ya son irreconocibles. Estamos tan acostumbrados a quejas que ya apenas provocan rechazo. Estoy pensando en todo lo que está sucediendo en Ucrania con Rusia.
un abrazo
como se puede llamar la actitud del protagonista: desidia, negligencia, lo que sea,es todo lo mismo, pero sucede.
mariarosa
No puedo dejar de pensar que, en definitiva, el error es una instancia de aprendizaje...
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