Una de las frases que más me impresionó, en mi
temprana infancia, se la escuché a un pariente, en segundo o tercer grado, de
mi familia. Tal vez fuera un tío, el padre de un primo político (claro que no puedo
decir de qué partido), o algo así. La misma frase que, años después, escuché
pronunciar a mi abuelo cuando parecía encontrarse muy mal de salud por sus
problemas cardíacos.
En
el hospital se encontró con una enfermera que decía ser la hija de una antigua
conocida suya, de sus años mozos, dijo la chica (de nada sirvió que le aclarara
que mi abuelo nunca había trabajado de mozo, porque no le dio importancia a mis
palabras). Mi abuelo la miró directo a la cara, quizá buscando algún recuerdo,
o algún parecido a su pasado.
—Lo
siento —dijo con voz rasposa de fumador empedernido ya medio muerto—. Un
caballero no tiene memoria.
Claro
que una lágrima se fugó por su ojo, y algo similar le ocurrió a la enfermera
que evitó regresar a la habitación luego de tan escueto diálogo.
Cuando
la mujer se fue, el viejo me miró. Era el único familiar que lo visitaba, y no
solo ese día, tal vez por eso me dijo:
—Jamás
digas ni una sola palabra de lo que sucedió hoy aquí.
Impresionado
como estaba por la situación, cumplí con su orden a pesar de que unos pocos días
después el abuelo murió. Al menos fue lo que nos dijeron en el hospital y, como
era muy joven, no se me ocurrió preguntar nada más.
Años
más tarde, en un viejo cuaderno que encontramos en un baúl, escrito con esa
letra caligráfica aprendida a la fuerza en las viejas escuelas de las mujeres
que se visten de negro, encontramos una frase reveladora. Letra de niño que
era, también, la letra con la que firmara sus documentos el abuelo,
laboriosamente había escrito: La mejor
para un inmortal es tener mala memoria.
Desde
entonces no he dejado de buscarlo. Sé que ha de estar por ahí, perdido en algún
sitio, sin saber cómo regresar a la casa, sin saber que lo extrañamos, porque,
sin dudas, cumplió con su ideal y lo olvidó todo. Pero eso no significa que yo
lo haya olvidado a él.
14 comentarios:
Hasta ahorita así ha sido, ningún hombre ha hablado mal de mi, será que he tratado con puro caballero.
Buena frase la de su abuelo, aunque me quede un poco confundida.
Saludos
¡Realmente ,todo un caballero!!!!!!Cariños Martha
Fabuloso relato. Tiene tantas interpretaciones el texto, fantasía aunada a la realidad, datos pragmáticos junto a otros imposibles, pocas palabras y mucho contenido.
Hay que ver lo que una pequeñita lágrima puede desatar, amigo mío.
Gracias por esta belleza.
Verónica
qué triste...
¿quién habrá sido la madre de la muchacha?
Tragué saliva. ¡Qué final!
Voy a leer todo despacio porque siento que será como esos libros que uno no quiere que se acaben.
Un relato muy bien logrado, José, me gustó mucho, hasta me dio ternura.
Un fuerte abrazo.
HD
PD: Hoy te respondo los mails en uno, prometido.
Hermoso recuerdo. Y excelente el relato, como siempre :)
Qué hermoso relato!
;o)
Pus toda una historia guardada en esa làgrima fugaz.
un abrazo
fus
Creo que se escapó un vestigio de memoria. De lo contrario, no tendría lugar el texto.
¿Que sería mejor para un inmortal, memoria imperfecta o ir olvidando los recuerdos? ¿Que tan de malo es ser como Funes el memorioso?
Ah, fabuloso que el abuelo resulta ser inmortal!
Me han encantado los detalles del cuento, en particular el de la caligrafía aprendida de mujeres que se visten de negro.
Abrazos!
Nunca sabremos qué es realmente lo que nos hace diferentes a los seres humanos. Quizá sea la posibilidad de la memoria, pero muchos otros animales también tienen esa capacidad.
Espero que no sea la habilidad para destruirnos los unos a los otros lo que pase a la historia.
Saludos
J.
Mi mala memoria me ayuda a olvidar cosas negativas, dañinas y adversas, aunque también mis descuidos y omisiones son sobre asuntos positivos y necesarios para vivir... :))
un abrazo
Y en ocasiones, es mejor llevarse a la tumba esas aventuras juveniles que sabes que de mayor te pueden causar el tan mentado efecto boomerang.
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