lunes, 27 de enero de 2014

Obsolescencia

Los bosques siempre tuvieron algo de ominoso, de miedo ancestral; como de un lugar prohibido, por lo temido y también, lo anhelado, que allí podría descubrirse. Ese bosque en particular, para peor, lo era aún más.
            Se trataba de un bosque artificial, de plástico y acero, concreto y enduido, pintado con látex y acrílico, donde toda vida era simulada. Las orugas devorando las hojas, el viento ululando sobre ramas estáticas, los pájaros que nunca podían verse pero cantaban las mismas melodías las veinticuatro horas del día.
            Incluso el eremita en su gruta, los aldeanos en sus casas y el lobo que perseguía niñas vírgenes en vestidos de colores primarios, eran igualmente falsos.
            Lo cual no explicaba, ni siquiera por casualidad, qué hacía yo allí, en ese lugar que sentía al mismo tiempo como ajeno a mi persona, pero que, al parecer, conocía muy bien. Quizá demasiado bien.
            Como si se tratara de la escenografía de una vieja película, o de un recuerdo inventado y reprimido, crecía en mí la sensación de estar alejándome de la tierra de los sueños placenteros y las poluciones nocturnas. Derivaba, lentamente, pero sin pausa, hacia las zonas grises, donde las pesadillas se parecen más al placer que al dolor, más a la curiosidad que al miedo, más a un bosque de plástico que intenta representar algo tétricamente tenebroso pero sólo consigue generar empatía.
            Quizá sea que nos acostumbramos, con el tiempo, a que las peores cosas se transformen en asuntos cotidianos que las verdaderas pesadillas resultan, cada vez, más difíciles de encontrar.

6 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Momento. ¿Las damiselas en peligro, las reinas de grito, que corren para tropezar y caer, también son de mentira?
Ya sería demasiado.

José A. García dijo...

Podríamos decir que hay casos y casos, pero bueno, no creo que sea cierto.

Saludos

J.

la MaLquEridA dijo...

¿Cual es la verdad en un mundo sin sentido?

Martha Barnes dijo...

Es verdad ..a veces uno se acostumbra, por ejemplo, a los dolores,y los sufre como algo natural. Cariños Martha

censurasigloXXI dijo...

Es cierto, casi merece la pena tener pesadillas, al menos sabemos que al despertar desaparecen.

Gracias. Abrazo y cafelito.

José A. García dijo...

Malquerida: ¿Cómo saberlo?

Martha: Pero algunas veces, esa es la única opción...

Censuras: Claro. No podría estar más de acuerdo.

Gracias por sus comentarios.

Saludos y Suerte

J.