Podría decir que soy el mejor en lo que hago; pero
esa frase de seguro tiene copyright y terminaría pagando una fortuna que no
tengo a alguien que nunca podrá gastarla en el tiempo que nos queda.
Diré, en cambio, que me gusta lo que
hago, que comencé como un aficionado más, y me desarrollé de tal forma (tan
rápido, con tantas habilidades) que hoy soy el único gran maestre en mi arte.
También el último, es cierto. Pero en ciertas ocasiones es más sabio no
proyectarse tanto hacia adelante, hacia el futuro, cuando ignoramos cómo será
el mismo. Es raro que lo diga, eso también lo sé, pero mi propio aprendizaje me
lleva a sostener algo semejante.
Aun así, tengo la leve esperanza de
demostrarle al mundo que la disciplina en la que me desempeño realmente es un
arte, no sólo un entretenimiento para quienes se encuentran aburridos. Además,
sostengo que mis habilidades son únicas e irrepetibles en nuestro mundo. Para aquellos
que no lo consideran de tal modo sé que, cuando me vean realizar lo que me
propongo, entenderán esa grandeza y dejarán de lado las críticas infundadas.
Después de todo, y antes que nada, amo
el surf. Creo que desde el día mismo en que nací, en un parto en casa, en el
interior de una pileta especialmente preparada para contener el milagro de la vida,
rodeado de gente que conocía muy bien su papel en el mundo. Si, de seguro mi
amor por al agua comenzó allí mismo.
Incluso puedo ir un poco más atrás,
hasta la anécdota que me contara mi padre y que puede resumirse en la breve
frase de que me concibieron durante una noche de tormenta en la playa, tras una
larga y extenuante tarde de surf y diversión al mejor estilo de la anteúltima
generación. Nadie envidiaría un origen como el mío; no, al contrario, todos
deberían hacerlo.
Mi madre, por su parte, nunca dijo
nada. Ella hablaba muy poco, apenas un par de palabras al año; las suficientes
para dar a entender cuanto necesitábamos saber. Y eso estaba bien para ella;
supongo que mucha gente actuaría del mismo modo ante la perspectiva de cuanto
acabaría sucediendo.
Persisten poco cultores del surf, no
porque seamos una comunidad cerrada y endogámica, como muchos creen; sino que,
habiendo tantos problemas en el mundo, la gente casi que no tiene tiempo para
pensar en otra cosa. Claro que el mayor problema es definir el término problema. Porque de seguro, nos
libraríamos de muchos malos entendidos a partir de algo tan simple.
Hablar del fin del mundo, no sólo de
la civilización islámica occidental que nos gobierna desde mediados del siglo
XXI, sino de la naturaleza misma, del planeta poniéndose en nuestra contra,
hace tiempo que dejó de ser un tópico de la ciencia ficción. Claro que esto ya
lo saben, por lo que no perderé el tiempo explicando los cómo ni los por qué
que, por otro lado, sería imposible para mí encontrar las palabras adecuadas
para ello. A mí, lo único que me importa es una tormenta.
No, miento; no es una tormenta, es La
Tormenta. Así, con mayúsculas. Porque quizá sea la más grande que haya
contemplado el hombre, siendo también, según las predicciones científicas, la última
que llegará a soportar la menguada humanidad.
Nadie puede asegurar cuándo tendrá
lugar la formación climatológica tan perfecta que creará las olas más
espectaculares que un maestre surfer pueda soñar con montar. Dicen que se
acerca el momento con pasos agigantados luego de que los oasis del amazonas de
desecaran y que el archipiélago de Groenlandia desapareciera tras aquella
inesperada explosión volcánica.
Esos detalles me tiene sin cuidado;
yo sólo quiera que la Tormenta llegue mientras aún conserve mi tabla y mi
cuerpo en perfectas condiciones. El resto de la sociedad carece de interés para
mí, yo sólo quiero surfear y surfear.
Y lo haré hasta el fin del mundo sabiendo
que, si ellas así lo quieren, las olas me llevarán hasta allí.
2 comentarios:
Algunos esperarían algo diferente, pero, como dicen, hay gente para todo...
Saludos
J.
Muy bueno, José. Me deja pensando en la postura de esa gente que pone su actividad por encima del resto de la humanidad.
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