domingo, 25 de agosto de 2013

Valentía…


Me enviaron, yo no quería venir. Si comprenden éste detalle, estarán capacitados para entender el resultado de mi misión que, como era de esperarse…
Evitaré adelantar nada. Sólo diré que mi formación no se basaba en la búsqueda, en la pesquisa, en la investigación en sí. Al contrario. En mi vida anterior era el chef principal. ¿Lo ven? Algo sin relación con la tarea que me impusieron los superiores a los que nada puede discutírsele, negársele ni, tampoco, oponerse por miedo a una degradación perpetúa.
En una comarca que ni siquiera figuraba en los mapas, me enviara a desentrañar no un misterio sino el misterio, el único posible. Claro que, entre tanto hermetismo, sorpresa y secreto, olvidaron decirme cuál era ese misterio. Por lo que, debo suponer, he de descubrirlo por mi cuenta.
La diversión se daba por descontada, ya que todo lo ignoraba, incluso las artes culinarias y cómo realizar una pesquisa.
Aún así, era imposible negarse (ya lo dije antes, sí, ya lo sé).
El viaje no fue lo difícil, inmiscuirme en los problemas de la comarca, hacer amigos entre los ricos y los pobres, entre los poderosos y los menesterosos, tampoco. Con mi sopa de piedra me mantuve alimentado, al tiempo que sorprendía a todo el mundo. Mi simpatía innata allanaba (casi) todos los caminos.
Pero de misterios nadie sabía nada, lo ignoraban o lo callaban mientras mi tiempo se acababa junto con mi habilidad de entretener a las personas regalándoles estampitas con los artistas famosos del siglo XX. Ya no me quedaban muchas de esas y, aún mezquinándolas, no lograba saber nada.
Así fue que, cavilando en mi situación, me percaté de que no podía ver el camino de regreso en plena noche, sin luna y con unas pocas estrellas en el firmamento.
Mi memoria fallaba; llevaba ya preparadas varias cenas bajo el reflejo de incontables velas, es cierto, pero ningún almuerzo a plena luz del sol. Ni siquiera recordaba si mi arribo a la comarca transcurrió durante el día o la noche. La confusión era terrible, inaudita en alguien de mi posición (¿pero cuál era esta?).
Decidí esperar, y esperar, y esperar, hasta que el alba me sorprendiera despierto.
Pero eso fue algo que, como ya lo habrán adivinado, nunca sucedió.
Las lágrimas caían de mis ojos agotados, llenos de tristezas y angustias, cuando un comarquero que atinaba a pasar por un camino que lo llevaba hasta donde me encontraba, se detuvo frente a mí. Le expliqué cuál era mi predicamento y, ante mis palabras, su respuesta fue:
—No se preocupe, porque aquí, el amanecer, es sólo ocasional.
Y dicen que así fue resulto el último de los misterios.
Por mi parte, aún lloro por las noches, deseando volver a ver el sol despuntar por el sur, como siempre lo ha hecho.

8 comentarios:

José A. García dijo...

Luego del éxito inusitado de la entrada anterior, vuelvo a intentarlo.

Lo que sí, ya no me pidan estampitas, que se me han acabado...

Saludos

J.

Martha Barnes dijo...

Llegué tarde...yo quería una estampita!!!!!Martha

la MaLquEridA dijo...

Las estampitas tienen el poder de aparecer el sol.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Hay otro misterios que el personaje todavia no notó. ¿Por que hay pocas estrellas en el firmamento? ¿Llegó a un mundo donde se ven pocas estrellas? ¿También los demás, aquellos con que se encuentra?

Lucas Fulgi dijo...

Comarca extraña. Creo que el verdadero misterio, el que importa, se resuelve a la salida del sol. Aunque quizá no entendí lo que quisiste decir.

Saludos

censurasigloXXI dijo...

Yo ni siquiera sé de la realidad, de lo pragmático de a pie ¿Cómo voy a saber de misterios? El misterio está en llenar el plato cada día... cuatro platos, amigo.

Un abrazo y cafelito.

mariarosa dijo...

¡Muy bueno!

Una entrada misteriosa, de esas que dejan una sonrisa y varias reflexiones, por ejemplo; ¿por qué no se me ocurrió a mi esta historia?

mariarosa

Esilleviana dijo...

Si apenas amaneces no se puede decir que comience a manifestarse algo nuevo...

un abrazo