domingo, 18 de agosto de 2013

Juglar


Uno siempre puede creer, es cierto. Lo único que hace falta es olvidarse de cuanto se sabe, para que no se contraponga con lo que se cree. Esa es la parte difícil de creer, olvidarse del conocimiento técnico, empírico y práctico, y sólo tener espacio para la fe.
Después de ello, las cosas continúan siendo igual de complicadas.
Sin embargo, hay días en los que todo parece más fácil que en otros, como si las fronteras del pensamiento se debilitaran, se volvieran permeables.
Fue en uno de esos días que él llegó al pueblo. Con ropas de otro siglo, cargando un viejo baúl sobre su espalda encorvada. Inclinado hacia el suelo de tal forma su aspecto no era el mejor pero, una vez que dejó el baúl sobre la tierra, irguió su cuerpo hasta una altura inimaginable.
Su espalda sonó varias veces mientras se le acomodaban las vértebras y, con cada ruido, se volvía más, y más atractivo según las pocas mujeres del pueblo.
Lo miramos con recelo porque llegó por un camino poco transitado. Pero no tardamos mucho en dejar de lado nuestros reparos para cubrirlo con nuestras preguntas y curiosidades sobre lo que pudo haber visto allí donde nosotros nunca nos aventurábamos.
Era un mercader, un traficante de sueños, un viajante de realidades, un ropavejero, un vagamundo, dios, el diablo, nuestros antepasados o los hijos de nuestros nietos. Era quien nosotros queríamos que fuera.
Pero, más que nada, era un vendedor nato.
Lo que quisiéramos, ya sea por necesidad o no, él lo tenía. Su especialidad era, según sus propias palabras, los árboles y los atardeceres. Si, atardeceres, nunca los amaneceres. Esos son un tema aparte, diferente, nos dijo.
Teníamos poco dinero, las últimas cosechas se habían perdido y los alimentos escaseaban. Sin embargo, poniéndonos de acuerdo, juntamos lo poco de valor que quedaba en el pueblo y se lo ofrecimos a cambio del mejor de sus atardeceres, el más bello, el más extenso, el que mejor se guardara en el recuerdo. Un atardecer único e irrepetible. Uno que fuera sólo para nosotros, los de nuestro pueblo.
Luego de todos nuestros ruegos, que duraron días y noches, amaneceres y atardeceres que no eran el nuestro, accedió. Pero, como nunca se había visto en la necesidad de preparar un atardecer para tantas personas, nos pidió que nos reuniéramos en la plaza del centro del poblado. Allí lo vimos preparar sus instrumentos, ordenar la forma en la que debíamos sentarnos, hacia dónde debíamos mirar y en qué momento hacerlo. Nos indicó, también, la forma adecuada en la que debíamos reaccionar en cada momento de su atardecer.
Aceptamos cada una de sus palabras sin replicarle nada. La ansiedad nos desbordaba y nos dejábamos llevar por su melodiosa voz y sus gestos tan refinados.
Uno siempre puede creer dije, dijo, dijiste, dijimos, dijeron. Y es cierto.
Un atardecer único. Irrepetible.
Único, es cierto. Porque cada atardecer lo es.
Irrepetible, también.
Un atardecer, el último, de todos nosotros. Por eso pagamos, eso queríamos, y eso fue cuanto él nos dio.
Eso y nada más.
Un único, irrepetible, último, atardecer…

8 comentarios:

Anita Dinamita dijo...

Después de tantas visitas tuyas vengo a tu casa, y la verdad es que este Juglar me ha encantado. Y eso de desprenderse de lo que sabes para creer. Y ese atardecer ¿qué pasaría después?
Volveré.
Abrazos

José A. García dijo...

Anita:

Gracias por la visita, pero como no puedo entrar a tu perfil (me dice que no está disponible), no puedo saber desde donde vienes.

Así y todo, trataré de descubrirlo, porque no lo recuerdo.

Saludos y Suerte

J.

la MaLquEridA dijo...

No estoy segura de comprar un atardecer porque no sabría contestar el ¿Y después?


Saludos

Martha Barnes dijo...

¡José ,siempre me asombra tu imaginación y manera de contarnos cosas!!!Un beso Martha

Anónimo dijo...

Te amé ♥

Anónimo dijo...

Todo un personaje.
Un gusto volver por estos lados. Y sí, sigo en Chile.
Un saludo.

Noelia A dijo...

Uy, "el último" atardecer. Inquietante final. Bien contado, José.

Esilleviana dijo...

Mientras leía esta historia pensaba en algunos de los líderes embaucadores de ciertas sectas capaz de ofrecer el cielo, el amanecer y el atardecer a sus seguidores y fieles adeptos a cambio de su dinero, sus ahorros y su propia vida, animándoles a que se suiciden y acaben con su propia vida. Parece increíble pero como muy bien explicas, solo "hay que olvidarse cuanto se sabe, para comenzar a creer".

un abrazo :)