martes, 13 de agosto de 2013

Con una misma mirada


Como cada vez que es realmente necesario, la memoria falla a la hora de recordar cómo fue que llegué hasta aquí. Veo un camino, sí. Algunos árboles. Muy pocas señales de vida humana y, lo mejor de todo, ninguna señal de vida artificial.
Eso fue, sin dudas, lo más atrayente de aquel paraje. La desolación, la distancia, la ausencia de ruido; algo único en el mundo súperpolucionado, megapoblado y terradegradado que heredamos del siglo XXI. Un anacronismo, casi, que nadie sabía que allí se encontraba.
Los mapas no existían desde que fallaran los GPS. La suerte ayudó mucho al azar para que mi memoria funcionara de ese modo tan necesaria de una defragmentación de emergencia.
Pero preferí no hacerlo antes de partir.
Aquel era mi refugio. Podría recuperarme sin recurrir a las funciones preestablecidas como hacían los demás.
De este modo me convencí de creerlo al principio, luego casi se me olvidó, aún sabiendo que era imposible hacerlo, y no hizo falta mucho más para hacer nada.
Allí no hacía falta esconderse. De vez en cuando, aprovechaba para contemplar esos atardeceres ocasionales que, entre las nubes de datos volátiles, aún pueden adivinarse mirando hacia el este.
Siempre hacia el ensombrecido este.

1 comentario:

la MaLquEridA dijo...

¿Hacia el Este? Por ahí aparece mi amigo imaginario todas las mañanas.