Cerró la puerta lentamente, para que la
cerradura no hiciera ruido y nadie en la casa se percatara de sus intenciones.
Mientras los demás dormían a esa hora de la madrugada, él atacaría. Si, era
cuanto deseaba.
Atacar, desquitarse, recuperar su
hombría. Aunque más no fuera de noche y sin testigos.
Principalmente sin testigos.
Acechaba en la habitación esperando
a que sus ojos se acostumbraran a esa oscuridad más oscura que la oscura
oscuridad del pasillo que acababa de dejar atrás. Esos juegos de repetición,
oscura oscuridad, de decir obviedades obvias, le gustaba porque le permitía
entretener esa parte de su pensamiento que, de no estar ocupada en otra
ocupación, ahora le estaría alertando sobre las cosas terribles que pensaba
hacer.
Por eso jugaba al tiempo que se
acercaba, avanzando por la habitación, con las manos en alto para esquivar
posibles obstáculos, con diminutos pasos. Uno a la vez.
Paso sobre paso sobre paso.
Sintiendo como la ira, la violencia,
la desesperación, la frustración, crecían en su interior. Nunca antes se había
cobrado una venganza semejante pero, claro que, la actual situación era
sustancialmente diferente.
Ya no soportaba las risas ni las
burlas.
Los comentarios soeces que lo ponían
en ridículo y el que los otros ocupantes de la casa, sean de su familia o
visitantes ocasionales, estuvieran siempre de acuerdo con las burlas.
No.
Todo tenía un límite.
Él tenía un límite, uno que lo
llevaría a cometer una atrocidad que nunca se hubiera creído capaz de cometer.
Sin embargo, allí estaba, con las manos extendidas, acercándose al lugar de
descanso de su víctima, sigiloso, aún cuando sabía que nadie lo escuchaba, con
el único elemento que podía serle útil en esa situación.
No pensar, actuar; no ser, hacer. No
pensar.
No.
No pensar.
Se acercó un paso más, encontrándose
por fin a la distancia justa para que de un solo movimiento, a lo sumo dos, o
quizá tres, el final tan ansiado tuviera lugar. Y su venganza se habría
consumado y las risas se habrían terminado.
Rápido, directo, sin dudarlo más,
sin pensar.
Sólo actuar.
¡Ya!
Con una mano abrió la puerta de la
heladera, mientras la otra se dirigía, rauda y sin dudar empuñando una cuchara
hacia donde debería de encontrarse el pastel de chocolate y muse que sobrara de
la cena.
Pero sólo encontró una bandeja vacía
y algunas pocas migas, allí, junto a las mismas risas de siempre…
7 comentarios:
¡Bueno,me hiciste reír con ganas!!!Creí mientras leía que iba a matar a todos !!!!Me gustó mucho este relato. Un beso Martha
Gracias Martha!
Saludos y Suerte
J.
¡Mchalas! Le ganaron con el refri.
Pensé era un asesino.
Saludos.
Me pregunté con que se venía el personaje. Para recibir el efecto sorpresa, aunque no tanto como el personaje. Se le anticiparon.
A mí tambien me hiciste reir.
más que la resolución creo que es el suspense.
Grande che
Malquerida: Era la idea, que pudiéramos pensar de otra forma algo que resulta sumamente cotidiano.
Demiurgo: Perdió por quedarse dormido, seguro.
Efa: Gracias, algo bien tenía que hacer!
Y gracias a todos pos sus comentarios.
Saludos y Suerte
J.
jajaja
lo estaban esperando... ya lo conocían, lo tenían fichado en comisaría de los fogones.
un abrazao
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