La ciencia lo descubrió por pura casualidad,
como han de ser sin dudas la totalidad de sus descubrimientos. Estudiaban un
extraño caso de tumor cerebral cuando dieron con el motivo, las causas y los
límites de las predicciones. Si, suena ridículo, lo sabemos.
Ridículo y científico al mismo
tiempo. Ridículamente científico, o bien, científicamente ridículo; cualquier
opción en válida.
Se descubrió, luego de 15 años de
trepanaciones, lobotomías y electroshocks selectivos, una extraña capacidad del
cerebro humano para horadar en el futuro, para predecir, para hacer conjeturas,
para redactar horóscopos y recordar recetas de cocina sin el menor esfuerzo.
Si se poseía una acumulación de
células semicancerígenas sobre el córtex lateral, ya fuera esta acumulación
provocada o congénita, comenzaba la magia de saber qué número saldría en la
lotería, quién ganaría las elecciones arregladas de antemano o lo pésimas que
serían las próximas bandas de reggaeton que llegarían al primer puesto de una
lista que a nadie le interesaba.
Pero, principalmente, la capacidad
de predecir se anclaba en la propia persona y su entorno, su ambiente, sus
relaciones más cercanas, íntimas o impuestas por la sociedad. Todo estaba allí,
al alcance del recuerdo.
El único límite que dicha capacidad
parecía tener no era otro más que la propia muerte. El predictor, el enfermo
terminal, era incapaz de ver más allá del momento de su muerte. Su capacidad no
podía atravesar las brumas del no ser, del que no haya un cerebro funcional del
cual recuperar memorias. Nadie podía predecir algo que ocurriría en cien, mil,
o dos mil años; nadie veía más allá de su propio fin.
Sabido es que al gran público le
interesan los hechos que lo involucran, triviales o no, pero nunca los
acontecimientos personales. Por esto mismo, se cataloga de insanos a los que
hablan sobre su propio futuro mientras que, quienes mienten descaradamente
inventando finales de campeonatos, Apocalipsis, renacimientos y éxitos
comerciales y cinematográficos, son aclamados como las únicas verdaderas
ventanas a través de las cuales alcanzar el futuro.
Por eso, podemos decir, sin temor a
equivocarnos, que tenemos asegurado el futuro que nos merecemos.
6 comentarios:
El mentiroso de la foto es: John Edward McGee, Jr.
Pueden buscar información sobre sus estafas y mentiras en google, donde las hay a montones.
Él pertenece al segundo grupo de personas que se mencionan al final del texto.
Saludos y Suerte
J.
Me recuerda a Mundo de talentos de Philip Dick, donde un mutante puede viajar en el tiempo. Intercambiandose consigo mismo a distintas edades. El límite es la extensión de su vida.
¡Estoy de acuerdo,que cada uno,tiene el futuro que merece!!!Martha
Un texto que me deja pensando, ya que me permito abolir la capacidad del razonamiento lógico cuando leo un relato. Me deja pensando en que prefiero no saber nada del futuro, ni el mío ni el de los demás. Creo que lo de McGee te sirvió de disparador, pero el blanco a mí me apareció en otra escena.
Un abrazo.
HD
siempre me interesaron las estafas, gran referencia, voy a buscar más sobre este tipo.
Vuelvo
Demiurgo: Esa novela de Dick todavía no la leí, pero sé que le debo mucha de mi inspiración a la lectura de sus textos.
Martha: Algunos no pueden acceder ni siquiera a un simple presente, esa es la peor parte.
Humberto: Lo de McGee es para ilustrar a los mentirosos, la historia se me ocurrió por otro lado, pero no es un manifiesto ni cosa parecida.
Efa: Y esta es una gran estafa, si hasta la muestran en South Park y todo.
Saludos!
J.
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