Fábula del buen vivir

Había una vez un hombre que quería ser escritor. Él no lo sabía, pero la literatura le rehuía, le quitaba la inspiración y lo cubría de ignorancia.

Nunca cometía errores ortográficos, es cierto que eso para escribir bueno es, pero otra cosa es la sintaxis, que feo pifiarla tiempo el todo.

La naturalidad en el habla de nada le servía, pues no se escribe como se habla, le repitieron infinitas veces y cantidades. Se escribe como se piensa. Entonces fue, que sus complicaciones comenzaron.

Poseía una biblioteca cubierta de papeles encuadernados que llamaba sus libros. Esos que no dejaba que lo tocaras; ni siquiera podías acercarte a ellos. No.

Porque todos estaban en blanco.

Quería ser escritor, uno sin ideas, ni nada (importante o no) para decir, pero con mucho para escribir.

En un cajón de frutas viejas escondía las lapiceras arruinadas por la tinta reseca. Eso sí era algo digno sobre lo que escribir, pensaba. Pero no se escribe lo que se piensa, sino lo que se quiere decir. Y esa era, por supuesto.

Otra dificultad.

Estudió, lo que se dice como sinónimo de aprender, muchas cosas. Pero nunca supo nada.

Él sólo quería ser escritor. Vivir, comer y soñar escribiendo.

Algo que continuaría fingiendo ser mientras la gente de enterarse evitara que él analfabeta era.

Y lo venía logrando muy bien…