La intolerancia ha tomado muchos ropajes a
lo largo de la historia Occidental. Se la llamó ‘bárbaro’ en el mundo griego, el otro que hablaba
diferente y sus costumbres no eran del todo como las propias. Los romanos
tomaron el guante y usaron el mismo criterio. Todo lo no romano era bárbaro,
digno de ser pisoteado, aplastado y destruido. ¿Paciencia? No. Ataque directo.
La última antigüedad la llamó herejía, y
le dio un nuevo cuño, una carga religiosa inmensamente pesada e imposible de evitar.
La edad media la sufrió en la piel de la Cruzadas, la Reconquista (¿de qué?) y la Inquisición. América la vivió a partir
del siglo XVI.
La modernidad le dio el nombre de reforma
y contrarreforma, la guerra contra el turco y la evangelización del oriente.
Todo para asesinar sin piedad y conseguir nuevos mercados para manufacturas
mediocres y pensamientos vacíos.
El siglo XIX la disfrazó de
antropología, el estudio del diferente,
ya no bárbaro porque la palabra sonaba mal y, además, era vieja.
El siglo XX, la mano de David Wark
Griffith la hizo película, luego se vistió de franquismo, fascismo, nazismo,
peronismo, comunismo, etc. Tantos nombres recibió que parecía haber desaparecido
de la faz de la tierra. Pero no lo hizo.
La intolerancia sigue entre nosotros,
pero cambia de piel como un camaleón y, para el siglo XXI, ha tomado un nuevo
nombre, uno que para muchos aún no significa nada, pero pronto lo hará. Y cada
irá cobrando más y más peso.
Hoy la conocemos bajo el seudónimo de baneo, el azote de la red.
Tengan
cuidado. Todos podemos ser víctimas.
1 comentario:
la intolerancia lleva mucha sangre en su nombre a lo largo de la historia. muy triste
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