Cuenta la leyenda que ellos siempre van y
vienen, recorriendo los finitos caminos de la tierra infinidad de veces, con
infinitas formas. Dicen que, al menos una vez en cada generación, unos días
después de la cosecha, pasan por cada aldea de los hombres.
Nadie posee la habilidad de
reconocerlos, porque no son extranjeros, aún cuando tampoco sean del pueblo. No
se dan a conocer más que a unos pocos elegidos a quienes inundan sus sueños con
visiones reveladoras del pasado, del presente y del futuro también.
Durante los días que permanecen en
cada aldea, la alegría es la norma. Ninguna sombra oscurece los rostros ni los
cielos. Los nacimientos se multiplican aún entre los estériles, así como
ocurren cosas inexplicables que ni siquiera los más ancianos, ni los más
sabios, pueden explicar.
Ocurren maravillas.
Hasta que un día como cualquier
otro, deciden irse, dejando semillas de recuerdos e historias para ser contadas
una y otra vez hasta la siguiente generación.
Nadie los ve partir, pero la rutina
comienza a desplazar poco a poco a la alegría, que se va extinguiendo como un
fogón descuidado por el que nadie vela.
Es cierto que el fuego no llega a
extinguirse, porque cenizas quedan; la alegría no muere, es cierto, se refugia
en las memorias. Pero ellos se han ido hasta que la próxima generación reine
entre los hombres.
Los más atrevidos les llaman los Dioses Nómades, que viajan de aquí para
allá sobre monturas de ensueño.
Para otros, apenas son magos cubiertos
con las vestimentas de antiguos reyes y el polvo de caminos que nadie conoce.
Ellos, los visitantes, nada dicen,
pero escuchan todo cuanto pronuncias las bocas de los hombres. De todo ellos,
en todo momento.
3 comentarios:
Estos Dios Nòmadas, no deberìan desaparecer. Me ha gustado mucho tu publicaciòn.
un abrazo
fus
Es una historia con influencia mítica, bien logrado. Sería deseable que fuera real.
Ojalá José, que estos personajes fueran reales, no sabes cuanta falta hacen en el mundo, en cualquier país, en cualquier ciudad...
Un abrazo desde Caracas.
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