El poder y la sabiduría de los dioses son
ilimitados. Han creado cuanto se encuentra a nuestro alcance. Cuanto podemos
ver y tocar es su obra. Imposible dudar de sus intenciones a la hora de decidir
que cada elemento fuera de la forma irrevocable con la que fue pensado y
creado.
La luna que señala la noche, el sol
que quema la tierra, las aguas y las plantas, el alimento y la muerte, los
animales y los insectos, los venenos y los dulces. Cada cosa es su obra.
Una creación magnífica, perfecta en
todos sus sentidos. Con la capacidad de reproducirse a sí misma, como un
círculo eterno, perfecto, invariable. Como ha de ser cualquier verdadera creación
divina.
Mas, en su infinita bondad e
inteligencia, llevados por el orgullo o la necesidad de saberse mejores que su
propia obra; los dioses crearon al hombre. Un ser más en medio de tanta
creación, el único capaz de destruir en la misma medida en que era capaz de
ayudar al mantenimiento del ciclo.
Pero la creación comenzó a degradarse
poco a poco en la medida en que el hombre multiplicaba su progenie y se veía en
la necesidad de alimentar más bocas, construir más refugios, masacrar más
animales, incendiar más bosques y adorar más a los dioses sabios y bondadosos.
Los mismos que podían convertirse en vengativos guerreros ante la menor falta.
Ellos, los dioses, imperturbables en
su perfección, sabían muy bien lo que hacían. Para destruir la más bella
creación sólo tuvieron que darle al hombre una única e ilimitada cualidad, que
ellos sabrían potenciar al máximo. La estupidez, como don de los dioses, en
inherente a todos y cada uno de los hombres, desde su primer día en la tierra.
4 comentarios:
Eso lo explica todo.
O casi.
Y no veas lo que se ha degradado desde entonces. Quien iba a decir que una Eva se convertiria en una Ivonette cualquiera, mi vecina de boca sucia.
un abrazo,
Romek
osea que no podemos escapar de ella?....
Parece que no es un error, como anuncia el titulo, sino una astucia implacable.
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