Rasgaba las cuerdas de la guitarra como si
realmente supiera hacerlo. Simulaba entonar la voz con los únicos ejercicios
básicos para calentar las cuerdas vocales que aprendiera antes de ser expulsado
del conservatorio.
Con su barba meticulosamente
arreglada, y su ropa desalineada con estilo, sonreía, apenas, a la gente que
pasaba a su lado. En silencio, sin escuchar su música, sin escuchar sonido
alguno, ya fuera un ruido armónico o no.
Nadie lo
miraba, ni se volvía para verlo, en gesto de reconocimiento. Nada, la ignorancia era total, y eso aún
cuando utilizaba la misma ropa con la que se presentaba en cada entrevista. Nunca lo miraban.
Pasaba el día sin levantar la
mirada, sin intentar ningún verso, ninguna canción. Sólo su voz pastosa, cansada,
aburrida de estar allí, hora tras hora, viendo como todos partían, todos se
iban, para ya no regresar, simulaba tararear.
Cada semana más y más personas
pasaban junto a él, pero nadie se desprendía de nada, ni de valor ni superfluo.
La funda de su guitarra continuaba tan vacía como al principio; como hacía
años, cuando decidió probar suerte sentándose en la última puerta, esa pintada
de gris, vieja y casi olvidada, al final del camino, la que se disimula junto a
la puerta de la Ley, pero que bien sabemos que lleva en otra dirección.
6 comentarios:
Reconozco esa alusión a Kafka.
En cualquier parte, un espejo. Y a su través (pues los espejos rara vez permanecen cerrados), la posibilidad.
Cualquier día
es bueno,
verdad? :)
es que cada vez mas gente pasa escuchando su propia música...eso de los auriculares en un futuro matará al artista callejero!
Decidió excluirse de las normas y reglas que impone la sociedad civilizada, que no quiere decir que se quitara del medio, pero para el mecanismo actual de cualquier comunidad instruida (??), una persona alejada de sus preceptos, está agotada y seca -no se puede obtener nada de ella-.
un abrazo
Tal vez para uno que pasó, era el mejor guitarrista del mundo... o por lo menos el más apasionado.
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