Hoy, tal vez, sea posible verlo de otra manera.
Pero, en ese entonces, las cosas no parecían tan claras. Para él, para mí, para
nadie.
Por eso mismo es más fácil decir que
se trataba de un ser ajeno a la época, la sociedad, la civilización y el
universo en que le tocó vivir. Diciendo esto nos ahorraríamos muchos
inconvenientes, nos evitaríamos el tener que replantearnos tantas cosas que
hasta la ética y la moralina de moda quedarían en ridículo.
Podemos pensarlo como un simple
fanático que llevó su obsesión al límite de vivir su fantasía como si fuera la
verdadera realidad. Un loco, un desquiciado más, y no un valiente. Pero esto es
algo que sólo me atrevo a decirlo años después de los hechos, y no por
convicción, sino porque, con el tiempo, llegué a entenderlo.
El sinsentido regía su vida. Siempre
lo decía. Sin ánimo de ofender a nadie, ni de predicar nada. Esa era su
filosofía. Una en la que Carroll se vestía de profeta y Alicia era su única divinidad.
Y ante tales postulados, ¿cómo no considerarlo un alienado más del primer siglo XXI?
Nadie intentó interpretarlo de otro
modo. Pero él se jugó la vida por mantener su ideal, para dejarle, a quien
quisiera llegar hasta él, un legado sin igual.
Uno que, por años, han intentado
silenciar, y que se encuentran tan definido en las doce palabras que pronunció
antes de su última sesión de electroshock a la que lo obligaron los médicos del
Instituto Psiquiátrico donde naciera treinta y cuatro años antes.
El absurdo no tiene límites, todo lo demás sí, incluso la vida, fueron sus palabras. Tengo la
certeza de que, en la cantidad de las mismas, no existe el azar.
2 comentarios:
es un placer leerte
Gracias.
Parece ser que nadie más lo siente de ese modo...
Saludos
J.
Publicar un comentario