sábado, 6 de abril de 2013

El límite de la vida

Hoy, tal vez, sea posible verlo de otra manera. Pero, en ese entonces, las cosas no parecían tan claras. Para él, para mí, para nadie.
Por eso mismo es más fácil decir que se trataba de un ser ajeno a la época, la sociedad, la civilización y el universo en que le tocó vivir. Diciendo esto nos ahorraríamos muchos inconvenientes, nos evitaríamos el tener que replantearnos tantas cosas que hasta la ética y la moralina de moda quedarían en ridículo.
Podemos pensarlo como un simple fanático que llevó su obsesión al límite de vivir su fantasía como si fuera la verdadera realidad. Un loco, un desquiciado más, y no un valiente. Pero esto es algo que sólo me atrevo a decirlo años después de los hechos, y no por convicción, sino porque, con el tiempo, llegué a entenderlo.
El sinsentido regía su vida. Siempre lo decía. Sin ánimo de ofender a nadie, ni de predicar nada. Esa era su filosofía. Una en la que Carroll se vestía de profeta y Alicia era su única divinidad. Y ante tales postulados, ¿cómo no considerarlo un alienado más del primer siglo XXI?
Nadie intentó interpretarlo de otro modo. Pero él se jugó la vida por mantener su ideal, para dejarle, a quien quisiera llegar hasta él, un legado sin igual.
Uno que, por años, han intentado silenciar, y que se encuentran tan definido en las doce palabras que pronunció antes de su última sesión de electroshock a la que lo obligaron los médicos del Instituto Psiquiátrico donde naciera treinta y cuatro años antes.
El absurdo no tiene límites, todo lo demás sí, incluso la vida, fueron sus palabras. Tengo la certeza de que, en la cantidad de las mismas, no existe el azar.

2 comentarios:

Mucha dijo...

es un placer leerte

José A. García dijo...

Gracias.

Parece ser que nadie más lo siente de ese modo...

Saludos

J.