sábado, 16 de marzo de 2013

Era ella o era yo


Monomanía.
Sí, no podía tratarse de otra cosa. Me afectaba el mismo mal que al tétrico personaje de Poe. Sólo dos casos conocidos en la historia de la psicología. Uno de una historia de ficción, el otro, el mío. Terrible destino aquel que encerraba mi mal.
Me concentraba de tal forma en un tema (objeto, persona o pensamiento), retrayéndome del universo entero hasta olvidar cuanto me encontraba haciendo. Para cuando el hilo se quebraba, solía descubrirme en un sitio desconocido, en alguna posición vejatoria o vestido de ridícula manera. Sí, mi vida era estar preparado siempre para el más atroz grotesco.
O cualquier otra cosa.
Me concentré en ella apenas la vi. No, eso es una mentira. No me concentré en ella, sino sólo en un detalle de su persona. El tatuaje que nacía debajo de su oreja y continuaba hacia la desconocida piel oculta bajo su ropa. Dos líneas que se perdían tras el cuello de la camisa en un cuerpo ajeno de mujer, en medio de la multitud, caminando unos pasos delante de mí.
Imposible dejar de mirar, de seguir sus pasos, de acecharla tal vez; aunque ella sabía que me encontraba a su espalda, y me guiaba no sé dónde. No me fijé en el camino, sólo seguía las líneas de su tatuaje desde el cuello, muy cerca del lóbulo de su oreja. Pude seguirlas hasta el hombro cuando corrió, apenas un poco, el cuello de la camisa para tentarme con lo desconocido.
El tatuaje continuaba, así como mi interés. Una infinidad de trazos confluían en su omóplato antes de continuar descendiendo hacia su espalda. Mis ojos ardían pidiéndome que parpadeara, aunque fuera una vez; pero, ante el miedo a perderla de vista, no quería hacerlo.
Las líneas de tinta me guían por su cuerpo, desde su espalda me guía hacia su vientre, a su ombligo, en un veloz viaje hacia sus muslos; ella se desnuda para mí, y yo apenas si veo algo más que los negros trazos de su tatuaje. Creo que balbuceé algo cuando se desprendió la falda, pero no estoy seguro de qué fue lo que dije.
En aquella parte de su cuerpo la tinta cubría su piel en miles de direcciones posibles. Formaba un diagrama sumamente complejo del que no quería, no podía, no sabía, apartar los ojos.
Poco a poco recorrí su cuerpo, su tatuaje, subiendo nuevamente hacia su cuello, poniéndome de pie luego de examinar sus tobillos, sus piernas, su cadera. Cuando regresé a su cuello, a las líneas que despertaran mi interés inicial, miré, por un segundo solamente, en un discurrido, su rostro. Dos colmillos afilados sobresalían de sus labios intentando disimular una sonrisa de deliciosa satisfacción.

6 comentarios:

José A. García dijo...

Eso, lo que dice el título...

Saludos

J.

Xindansvinto dijo...

El orgasmo vino con la dentellada, y esa es una buena razón para llamarlo muerte dulce. Magnífica historia, siempre nos sedujo fantasear con mujeres vampiro. Salud.

BEATRIZ dijo...

Me encanto el detalle del camino del tatuaje, su seguimiento hasta el fin del mundo, es una poesía.
El final no tanto, pero es sorpresivo.

Saludos.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

No hay motivos para quejarse.
Claro que esa mujer puede ser peligrosa, ese encuentro, letal. Pero ella compensará seguramente ese inconveniente. Las mujeres vampiros suelen ser sensuales, nunca reprimidas, seguro que valdrá la pena.
Incluso, hay en la literatura ejemplos de no muertas enamoradas, que no quieren hacer daño. Tal vez busque una pareja.

Manco Cretino dijo...

Uuuuh, qué lindo. Siempre quise tener una. Tuneada es lujo, te digo.

Esilleviana dijo...

También me ha enganchado el recorrido del tatuaje por su cuerpo a la luz de tus ojos y de tu sorpresa. Un buen texto.
Las manías son costumbres caprichosas y poco o muy adecuadas, depende del caso. De alguna manera, igualmente trato de hacerme una idea algo más general de los detalles que observo en los demás... esto es jugar demasiado alto.

un abrazo