—Volveré —dicen que dijo antes de partir—,
volveré cuando Roma ya no sea una fosa infecta y haya recuperado su antiguo
esplendor.
Pero la ciudad eterna, la cuna de la
civilización, la riqueza y el ocio, se hundía cada vez más en la depravación y
la lujuria sin freno, en ese caos tan delicioso que la alejaba de la mesura y
la razón.
Ya nada era lo que supo ser. Por eso
decidimos no esperar su regreso. Ni siquiera custodiábamos las estepas por las
que creíamos que podía volver. Ni la mar Océano. Nada. El esfuerzo carecía de
sentido.
Sabíamos que no regresaría.
Nos hundíamos cada vez más en el
barro pegajoso y fétido de los siete montes. Cerrando los ojos para no saber
nunca quién gritaba cuando los ruidos llegaban hasta nuestros oídos.
Las legiones, las centurias
orgullosas de ser parte del Imperio, saqueaban las provincias más lejanas,
pactaban con el picto y el suevo, con el árabe y el montañés, para repartirse
las riquezas robadas.
Nadie quería estar en Roma. Nadie
quería estar con ella.
Nadie se acordaba de él hasta que
supo regresar. No porque los caminos siempre conduzcan a Roma, lo cual es
obvio, sino porque él conocía la ciudad, por habernos ayudado a construirla
antaño.
Regresó con fuerza, con violencia,
con brutalidad, masacrando hombres, incendiando campos, violando sacerdotisas y
huérfanos, destruyendo cuanto tocaba, ultrajando esclavos, devorando lo que
encontrara a su paso.
Era él, la duda no tenía lugar en su
rostro ni en nuestros razonamientos. Cabalgaba bajo otro manto, es cierto, pero
regresando a la ciudad de la eternidad por los mismos caminos, y con las
fuerzas renovadas. Con otro nombre, pero la misma furia desbocada de cuando la
ciudad era joven y bella, ahora se hacía llamar Atila, pero nosotros sabíamos que era uno de los nuestros.
Por eso le dejamos entrar hasta lo
más profundo, lo más oscuro, de nuestro ser…
6 comentarios:
Me encantó este relato, José, soy de los que aman los textos que usan un fundamento histórico y lo amoldan según el arte de la Literatura.
Los romanos creyeron que serían eternos... y creo que -a pesar de todo- lo consiguieron.
Un fuerte abrazo.
HD
Atila fue algo esperado, segun tu relato. Entonces fueron esperados también Alarico y Genserico, que se llevó a la emperatriz Eudoxia y a sus hijas, una de las cuales, también llamada Eudoxia, se casó con un hijo de Genserico.
¿Ciudad Eterna? Bueno, todavia sigue en pie.
Eterno retorno... El miedo siempre reconoce su morada...
me ha gustado éstas letras, siempre te he leído mas en la ciencia ficcion...beso enorme y usted no se pierda eh?
Realmente los chinos o los asiáticos en general se han hecho con el poder. India, China y muchos países asiáticos son potencias emergentes que han resaltado como mucha fuerza.
También me agradó esta lectura.
un abrazo
El terror siempre vuelve con otros rostros.
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