En ese mundo onírico que creo sólo para mí
durante mis escasas horas de sueño, a veces suceden malos momentos, situaciones
extrañas o, por lo menos, inexplicables.
Noches atrás, por ejemplo, trabajaba
en una delegación gubernamental (si, yo, ya lo sé), junto con otras personas,
cuando dos nefastos personajes de la historia latinoamericana reciente, se
presentaron frente a mí mostrador (de atención al público y venta de osos de
peluche (en serio, así fue como lo soñé)).
Uno de ellos era Pinochet (vivo, no
un zombie) y Mariano Grondona (este sí creo que era un zombie, pero no estoy
seguro), tomados de la mano cual pareja gay perfectamente constituida y que
acepta su condición de tal. Venían a hacer un reclamo por una deuda que el
estado (sin aclarar cual) tenía con Pinochet.
Al parecer, el viejo dictador,
asesino y represor, había vendido a la ciudad de González Catán (que sí
existe), unos transformadores eléctricos que no funcionaban, varías décadas
antes, y el estado (sin aclarar cual), por supuesto, nunca había saldado la
deuda.
Yo presentía que el valor de esa
chatarra en la actualidad ascendería a un uno seguido de varios ceros (quizá
diez), y que no teníamos esa cantidad para pagar algo que ni siquiera poseíamos
en ese momento y que, además, nunca habían funcionado.
Porque los transformadores nunca
habían funcionado.
Mi compañero de trabajo, por
supuesto, desapareció dejándome sólo para enfrentar y resolver el problema.
El sudor corrió por mi frente,
sentía las manos húmedas, mis axilas hirviendo, y los pies fríos. Pero, luego
de pensar un poco menos de 2.3 millones de respuestas posibles (incluso: lo siento, no hablo español, luego de
haberlo saludado cordialmente como nos obligaba el estatuto de la oficina,
aunque los odiaba a ambos por igual, en perfecto español), supe qué debía
responder:
—¿Tiene el recibo? —pregunté.
Pinochet y Grondona se miraron sin
entender (y me parece que haciéndose ojitos al mismo tiempo).
—¿Algún comprobante de la entrega de
los materiales que según su propia y única palabra nunca le fueron abonados?
—dije.
Pero, por supuesto (me gusta mucho
la expresión por supuesto, por eso la
repito cuando puedo), no tenían nada de eso.
Con una amplia sonrisa en mis
labios, de ganador innato de todas las competencias en las que me veía obligado
de participar, les pedí que, si no tenían nada más que hacer allí, por
supuesto, se retiraran.
Sólo después de verlos salir
cabizbajos de la oficina, me decidí a despertarme…
Más información sobre tan nefastos personajes
en la wikipedia:
3 comentarios:
ni en sueños caen bien....y si, grondona está con un pie adentro y otro afuera, todavía sigue vivo pero tullido, asi sufre un poco...
Lo leí varias veces y siempre funciona.
Demandamos la recopilación de relatos cortos aquí expuestos en libro, electrónico o en papel.
jlg
Ah, la burocracia... Saca de quicio hasta a los déspotas. Bien por usted! Pero cuidado con los abogados...
Salud.
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