Nadie se percató de ello o, si alguien lo hizo,
no dio muestra alguna de notarlo, no demostró interés, ni conciencia. Tal vez
haya sido una casualidad. Tal vez no.
El cuerpo desnudo yacía de costado
contra una pared, como si hubiera tropezado y un golpe lo durmiera. Cosa que
explicaba su posición, mas no su desnudez. La ausencia de sangre llevaba a
pensar que no se trataba de un asalto, de un ajuste de cuentas, ni de un crimen
sin razón como los que acostumbraban, y acostumbran, los milicos. Sino alguna
otra cosa.
Tal vez un borracho, con más alcohol
que sangre en las venas, cuya conciencia se encuentra a miles de kilómetros de
distancia. O con la muerte rondándole.
Imposible decirlo, ya que el pudor
impedía a un hombre decente acercarse a ese hombre tendido sobre el barro y la
mugre. Mucho menos se acercaría una mujer, que debía cruzar por allí bajando
los ojos, tapándose el rostro, con un gesto de horror deformándole el rostro.
Sólo la fuerza pública podía acercarse a ese cuadro de la más baja condición
humana.
Un hombre desnudo, caído en el
suelo, mirando la pared (si sus ojos se encuentran abiertos), sin signos de
violencia física, pero, también, sin realizar el menor movimiento, como si no
respirara, como si la posición no le incomodara y le impusiera acomodarse, aunque
sea mínimamente.
Si se lo miraba bien, el brazo
estaba doblado en un ángulo casi imposible, y las piernas no estaban torcidas;
lo amarronado del cuerpo difícilmente podía adjudicarse al frío.
Allí había más de lo que aparentaba
haber.
Porque, es sabido, y por de más
obvio, que las apariencias engañan.
Ni siquiera se atrevían a acercar
una manta, una sábana, un sudario santo, o una simple bolsa, para ocultar tanta
desnudez ajena, tanta carne pálida expuesta a la corrupción del sol. Nada. Se
lo ignoraba, se lo veía sin verlo, no se lo mencionaba en las conversaciones, y
se enseñaba a los niños que es mala educación señalar, usando el dedo o no.
Lo que nadie decía, pero todos
pensaban, es que ese cuerpo desnudo, ese muerto desconocido que pesaría en la
conciencia de cuantos lo habían visto, era su capacidad para demostrar que
todos los hombres son, literal y metafóricamente, en primera y en última
instancia, desdeñables.
4 comentarios:
Cierto, nadie vale (casi) nada...
Saludos
J.
¡Yo diría, que sí,algunos todavía pueden y quieren y ayudan!!..¡No muchos!!!!!.Martha
Cuando los cadáveres empiezan a ser testigos mudos de nuestra displicencia y nuestra miseria, estamos en problemas... Muy bueno!
Saludines!!
claro, por eso uno no mira aquello que parece amenazante porque sabe en el fondo que te puede pasar....uy que larga se hizo la frase....
ahhh...cuando gustes te mando unos cupcakes, si estas por capital o gran buenos aires....jajaja...no me olvido de los comentarios aunque responda tarde....se me hace que por mail se pegoteará el dulce de leche...
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