miércoles, 28 de noviembre de 2012

Un hombre desnudo tirado en la acera


Nadie se percató de ello o, si alguien lo hizo, no dio muestra alguna de notarlo, no demostró interés, ni conciencia. Tal vez haya sido una casualidad. Tal vez no.
El cuerpo desnudo yacía de costado contra una pared, como si hubiera tropezado y un golpe lo durmiera. Cosa que explicaba su posición, mas no su desnudez. La ausencia de sangre llevaba a pensar que no se trataba de un asalto, de un ajuste de cuentas, ni de un crimen sin razón como los que acostumbraban, y acostumbran, los milicos. Sino alguna otra cosa.
Tal vez un borracho, con más alcohol que sangre en las venas, cuya conciencia se encuentra a miles de kilómetros de distancia. O con la muerte rondándole.
Imposible decirlo, ya que el pudor impedía a un hombre decente acercarse a ese hombre tendido sobre el barro y la mugre. Mucho menos se acercaría una mujer, que debía cruzar por allí bajando los ojos, tapándose el rostro, con un gesto de horror deformándole el rostro. Sólo la fuerza pública podía acercarse a ese cuadro de la más baja condición humana.
Un hombre desnudo, caído en el suelo, mirando la pared (si sus ojos se encuentran abiertos), sin signos de violencia física, pero, también, sin realizar el menor movimiento, como si no respirara, como si la posición no le incomodara y le impusiera acomodarse, aunque sea mínimamente.
Si se lo miraba bien, el brazo estaba doblado en un ángulo casi imposible, y las piernas no estaban torcidas; lo amarronado del cuerpo difícilmente podía adjudicarse al frío.
Allí había más de lo que aparentaba haber.
Porque, es sabido, y por de más obvio, que las apariencias engañan.
Ni siquiera se atrevían a acercar una manta, una sábana, un sudario santo, o una simple bolsa, para ocultar tanta desnudez ajena, tanta carne pálida expuesta a la corrupción del sol. Nada. Se lo ignoraba, se lo veía sin verlo, no se lo mencionaba en las conversaciones, y se enseñaba a los niños que es mala educación señalar, usando el dedo o no.
Lo que nadie decía, pero todos pensaban, es que ese cuerpo desnudo, ese muerto desconocido que pesaría en la conciencia de cuantos lo habían visto, era su capacidad para demostrar que todos los hombres son, literal y metafóricamente, en primera y en última instancia, desdeñables.

4 comentarios:

José A. García dijo...

Cierto, nadie vale (casi) nada...

Saludos

J.

Martha Barnes dijo...

¡Yo diría, que sí,algunos todavía pueden y quieren y ayudan!!..¡No muchos!!!!!.Martha

peregrinopurpura dijo...

Cuando los cadáveres empiezan a ser testigos mudos de nuestra displicencia y nuestra miseria, estamos en problemas... Muy bueno!

Saludines!!

Geraldine, dijo...

claro, por eso uno no mira aquello que parece amenazante porque sabe en el fondo que te puede pasar....uy que larga se hizo la frase....
ahhh...cuando gustes te mando unos cupcakes, si estas por capital o gran buenos aires....jajaja...no me olvido de los comentarios aunque responda tarde....se me hace que por mail se pegoteará el dulce de leche...