Por fin la tenía.
La receta perfecta, ideal; lo que
ansiaba cualquier paladar. Él, y solamente él, la conocía. Luego de años de
búsquedas y fracasos, de derrotas, bancarrotas y cheques rebotados, allí
estaba. Una lista de ingredientes borroneada y cubierta de tachaduras, anotada
en la última servilleta de papel, y que lo llevaría a la fama.
Si hasta podía verlo, los dueños de
los restoranes más refinados del mundo se pelearían por tenerlo en su cocina. Todos
aceptarían sus delirios de grandeza mientras recordara las proporciones exactas
de la mezcla. No necesitaba cerrar los ojos para ver un triunfo semejante.
Sentía calor, mucho calor.
Su manjar angelical (tenía que
buscarle otro nombre), lo haría famoso y rico (o rico y famoso, el orden no era
lo importante, sólo que sucediera y ya); las mujeres lo desearían (y de seguro
algún que otro hombre también), todas las empresas de alimentos querrían
utilizar su imagen para las publicidades.
La escalera a la gloria comenzaba
allí mismo, en esa cocina cochambrosa y grasienta, con restos de comidas
antiquísimas ansiando por una limpieza; entre sus manos cubiertas de quemaduras
y uñas melladas a mordiscones.
Sin olvidar el calor, y el sudor
corriendo por su cuerpo mientras las imágenes del éxito se suceden a una
velocidad vertiginosa, sexo, dinero, sexo, mansiones, más sexo, entrevistas en
la televisión, otra vez sexo, dinero y mujeres con las que tener sexo, entre el
calor y sudores que le nublaban la vista.
Tantos deseos relegados se
cumplirían a partir de ahora sin tardanza. Esa asquerosa cocina sería parte de
su memoria cuando vendiera su receta en varios millones, no, billones, o
trillones, en la moneda que fuera, pero con muchísimos ceros detrás del primer
uno.
Y qué calor.
Necesitaba respirar aire fresco,
beber un poco de agua helada, enjugarse el sudor de la frente. Extendió su brazo
y tomó la única servilleta de papel que encontró a la mano, y se refregó,
mecánicamente, el rostro, el cuello y ambas manos. Hizo un bollo con el
grasiento papel y lo arrojó a un lado.
Y es que hacía tanto calor.
Por suerte, la receta lo volvería multimillonario,
y ya nunca pisaría tan horrible cocina.
Sólo tenía que pasar en limpio sus
notas y sentarse a esperar el ofrecimiento monetario. Aunque sabia que
aceptaría solamente el mejor, el más generoso, y se reiría de los demás.
Nunca se olvidaría de cómo había
logrado su éxito, por eso haría enmarcar la servilleta con la receta original,
suponiendo que recordara dónde la había dejado.
Pero el calor, el asfixiante calor…
2 comentarios:
Algunas ideas resultar ser, simplemente, irrepetibles...
Saludos para tod@s
J.
Pura previa para nada...tanta desesperación lo perdió...pero en una de esas le quedó grabada en la frente!....
Ya has publicado un libro veo!...recien me entero...se consigue por aqui?...no se que edad tienes pero te tuteo igual...jajajaj, saludos!
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