Me decidí por ésta profesión el día en que,
para celebrar mis 7.300 días sobre la tierra, llegó a mis manos un viejo Atlas
que, según me comentaron, perteneció a muchas generaciones de hombres
inteligentes y aventureros de mi familia. Sabía que era una falaz mentira, ya
que mi familia, con suerte, apenas podía remontarse a un abuelo huérfano huido
de un hogar para niños pobres del sur de Inglaterra.
Por supuesto, al recibir mi regalo,
no dije nada.
Principalmente por temor a que mi
benefactor decidiera retirara de mis manos tan preciado volumen cargado de las
más bellas imágenes que alguna vez hubiera visto. Los mapas más exactos
permitidos por los Colegios de Cartógrafos del Imperio luego de la locura de
los mapas en tamaño natural.
Aquellas líneas me fascinaron de tal
modo que dejé de lado mi anterior vocación, que no viene al caso siquiera
mencionar, y dediqué todo mi tiempo a interiorizarme con la nueva ciencia.
Aprendí las artes de la escala y del
dibujo, la simplificación de accidentes geográficos y la multiplicación de
ríos. Ignoré ciudades completas y otras construcciones de mayor o menor tamaño,
en busca de la perfección.
Fui reconocido, aclamado y olvidado
cuando teoricé sobre la mejor forma de representar los contornos y las
dimensiones.
Libros completos de mis estudios se
vendían como si se tratara del alimento más necesario para nutrirse. Y, en
parte, lo sé, lo eran.
Pero, como en toda historia, la
tragedia se preparaba para mostrar sus garras. En forma tan subrepticia que
apenas me percaté de ello hasta que no fue demasiado tarde para comprender lo
que había hecho.
En una entrevista para un matutino
pueblerino de poca monta, respondí, seguro de mí mismo y de mis saberes
adquiridos y acreditados, que los mejores mapas no son los que ayudan a las
personas a ubicarse, sino, por el contrario, lo son aquellos que nos ayudan a
perdernos dentro de nosotros mismos.
Desde ese día, el humo de las
hogueras iniciadas con mis libros nubla aún mis ojos…
11 comentarios:
Si, la imagen es el supuesto mapa de Zheng He, navegante chino que habría llegado a las costas de norteamérica en 1421, pero que no dejó otro rastro más que este mapa y algunas piedras con formas raras que se interpretan como anclas...
Saludos
J.
En realidad es una reproducción de 1763 de un mapa de 1418 o año 16 del emperador Yongle.
Yo, debo ser muy carroza, pero ya no deseo sorprenderme más que con alegrías a mí misma. Ya no quiero perderme dentro de mí sino dentro de los demás. En mí sólo quiero recogerme...
Un abrazo, compañero.
si tengo que hacer un mapa de mi vida o mi mente estoy en problemas...jajjaaa....siempres sorprendes con tus joyas....buen finde!
Aplicar el retrosilencio es algo que me encantaría hacer (si tuviera una máquina del tiempo, claro) y seguramente a tu personaje también.
Una delicia saborear la palabra "subrepticia" en tu texto.
Un saludo
muy buen blog Me encanta haberte encontrado
"los mejores mapas no son los que ayudan a las personas a ubicarse, sino, por el contrario, lo son aquellos que nos ayudan a perdernos dentro de nosotros mismos"; me parece una idea genial: encontrar un mapa con los caminos y lugares de nuestro interior que nos ayudan a imaginar y fantasear... para qué más!! lo tendría todo.
un abrazo :))
qué bello el relato sobre los trenes...
Esta muy bueno, Jose Antonio. Me gusto mucho.
Saludos
Brian.
excelente.
REinteresante "perdernos dentro de nosotros mismos"
Porque ahí entramos, y tenemos más posibilidades de hallarnos a nosotros mismos.
Los mapas externos nos dan nuestra ubicación en la tierra, pero el descubrir quienes somos, requiere de la valentía de zambullirse al vacío dentro de nosotros mismos.
A ver qué hay, a ver quién soy, aver qué quiero realmente.
Saludos.
Este relato breve me recordó la leyenda de la carta Guardabosques Fronterizo de Magic The Gathering, en su reedicion mas actual:
"Solo hay un camino de Kessig a Stensia. A menos que vengas conmigo"
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