Hace tiempo, cuando aún recordaba mi nombre, y
las palabras tenían un sentido, conocí a un hombre que a quien la muerte,
irremediablemente, rechazaba. Investigué durante décadas, porque a pesar de que
él mismo afirmaba cuanto descubría en torno a su persona, no creía en sus
palabras ni en las pruebas que él mismo traía consigo y que, decía, otros
investigadores antes que yo, habían reunido.
El suyo era un caso demasiado
particular, digno de la fábula, el mito, la biblia o un libro de autoayuda, no
de una historia del mundo real. Entendiendo como real al mundo que percibimos a
través de los sentidos, claro.
Sin embargo, las evidencias que
encontraba a cada paso de mi investigación lograban llenarme de incertidumbre.
Cuando revolvía antiguos archivos, diarios y grabados de siglos anteriores,
anales y cartularios, siempre encontraba lo mismo.
Un nombre, una descripción
minuciosa, del único sobreviviente de infinidad de catástrofes, incendios y
naufragios, guerras y emboscadas, ataques de animales feroces y tormentas
inconmensurables, desde tiempos inmemoriales. Siempre la misma historia, los
mismos hechos, siempre él.
Y cuando la fotografía hizo su
aparición, solo fue una confirmación más. Daguerrotipos y grabados, a color y
en blanco y negro, en papel duro y satinado de principios del siglo XX, en
papel de pésima calidad del siglo XXI, su rostro carente de expresión me
observaba en todos ellos.
El mismo rostro que recorrió el
mundo varias veces y que, sin embargo, nunca nos percatamos, lo pasamos por
alto o, simplemente, lo ignoramos, no lo sé. Pero siempre era él mismo. No
cabían dudas.
Porque ningún hijo se parece tanto a
ningún padre, ni nieto a abuelo, nadie, nunca, nada. No existía la casualidad,
todo era evidencia del hecho.
Aunque creo que, lo peor de todo es
que nada podía hacerse. Llevaba años intentando morir, provocando todo tipo de
cosas, pero cuanto lograba era continuar viviendo esa inmortalidad no deseada
como el castigo perpetuo que era. Mucho peor que Tántalo o Sísifo, más pesado
que el castigo de Atlas, y más doloroso que el de Prometeo.
Sentado allí, rígido como una roca
sin emoción pero vivo; sin más que hacer que esperar, y esperar, y esperar.
No siento envidia por él, en lo
absoluto.
Pero tampoco siento lástima.
4 comentarios:
Si, es una referencia a Sandman...
Saludos
J.
Particularmente me gustó la fuerza que tomó el relato al final, como si intentara desprenderse de todo lo dicho, haciendo hincapié en el "castigo" para luego desdibujar cualquier empatía.
Un abrazo.
Es el Hombre de Arena o el Arenero?
:)
g
Se me cortó la conexión justo cuando había mandado el comentario.
Decía que me hizo recordar a un viejo cuento alemán en el que la muerte decide no ir a bsucar a un viejo soldado. Y así queda él, triste inmortal entre felices mortales...
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