martes, 28 de agosto de 2012

El Ignorado

Hace tiempo, cuando aún recordaba mi nombre, y las palabras tenían un sentido, conocí a un hombre que a quien la muerte, irremediablemente, rechazaba. Investigué durante décadas, porque a pesar de que él mismo afirmaba cuanto descubría en torno a su persona, no creía en sus palabras ni en las pruebas que él mismo traía consigo y que, decía, otros investigadores antes que yo, habían reunido.
El suyo era un caso demasiado particular, digno de la fábula, el mito, la biblia o un libro de autoayuda, no de una historia del mundo real. Entendiendo como real al mundo que percibimos a través de los sentidos, claro.
Sin embargo, las evidencias que encontraba a cada paso de mi investigación lograban llenarme de incertidumbre. Cuando revolvía antiguos archivos, diarios y grabados de siglos anteriores, anales y cartularios, siempre encontraba lo mismo.
Un nombre, una descripción minuciosa, del único sobreviviente de infinidad de catástrofes, incendios y naufragios, guerras y emboscadas, ataques de animales feroces y tormentas inconmensurables, desde tiempos inmemoriales. Siempre la misma historia, los mismos hechos, siempre él.
Y cuando la fotografía hizo su aparición, solo fue una confirmación más. Daguerrotipos y grabados, a color y en blanco y negro, en papel duro y satinado de principios del siglo XX, en papel de pésima calidad del siglo XXI, su rostro carente de expresión me observaba en todos ellos.
El mismo rostro que recorrió el mundo varias veces y que, sin embargo, nunca nos percatamos, lo pasamos por alto o, simplemente, lo ignoramos, no lo sé. Pero siempre era él mismo. No cabían dudas.
Porque ningún hijo se parece tanto a ningún padre, ni nieto a abuelo, nadie, nunca, nada. No existía la casualidad, todo era evidencia del hecho.
Aunque creo que, lo peor de todo es que nada podía hacerse. Llevaba años intentando morir, provocando todo tipo de cosas, pero cuanto lograba era continuar viviendo esa inmortalidad no deseada como el castigo perpetuo que era. Mucho peor que Tántalo o Sísifo, más pesado que el castigo de Atlas, y más doloroso que el de Prometeo.
Sentado allí, rígido como una roca sin emoción pero vivo; sin más que hacer que esperar, y esperar, y esperar.
No siento envidia por él, en lo absoluto.
Pero tampoco siento lástima.

4 comentarios:

José A. García dijo...

Si, es una referencia a Sandman...

Saludos

J.

Alejo Z. dijo...

Particularmente me gustó la fuerza que tomó el relato al final, como si intentara desprenderse de todo lo dicho, haciendo hincapié en el "castigo" para luego desdibujar cualquier empatía.
Un abrazo.

Esilleviana dijo...

Es el Hombre de Arena o el Arenero?

:)
g

Nelson dijo...

Se me cortó la conexión justo cuando había mandado el comentario.

Decía que me hizo recordar a un viejo cuento alemán en el que la muerte decide no ir a bsucar a un viejo soldado. Y así queda él, triste inmortal entre felices mortales...