Desplazamientos

El calor hizo imposible visitar el Caribe. Las grandes construcciones de acero y concreto de los lujosos resorts apart hotels, parecían fundirse bajo las lenguas de fuego que a veces alguien recordaba que supieron ser los rayos del sol.

El efecto invernadero jugó su mejor carta cuando el polo magnético negativo de la tierra se desplazó y quedó anclado en el Ecuador; y hacia allí rumbeó el agujero de ozono, los gases tóxicos, la contaminación y millones de banderitas norteamericanas de plástico.

La nada misma.

¿Qué harían entonces ricos y poderosos? ¿Invadir una vez más Sudamérica y África? ¿Llenar el desierto australiano de autopistas circulares que no conduzcan a ningún sitio? ¡Por supuesto que no! Buscaron un lugar todavía más exclusivo, en el cual no sólo el dinero y el acceso a la tecnología fueran las barreras que los separaran del resto del mundo, sino también la naturaleza.

Tres meses demoraron en construir el Complejo Habitacional Antártico, a tres grados, doce segundos, del antiguo polo sur. Un lugar tan exclusivo como caro, tan lujoso como ridículo. Al que sólo podían acceder con una invitación especial que costaba, apenas mil quinientos millones de dólares en una misma cuenta de ahorros.

Una comunidad aislada, y cerrada sobre sí misma; sin problemas de ningún tipo, y totalmente libre de impuestos.

El ansiado paraíso para la veintena de familias que pudieron pagarlo; donde la endogamia, el incesto, las carreras de caballos y la música funcional para no pensar, se encontraban siempre presentes. Un lugar donde la pobreza no era más que una palabra en desuso del diccionario.

Suponiendo que sepan lo que es un diccionario, claro.