El descubrimiento de aquel nuevo mundo fue meramente
casual. No se esperaba encontrar nada allí, aguardando nuestra llegada bajo ese
sol tan amarillo que hacía refulgir sus dorados mares.
Un mundo raro, pequeño, achatado y
circular, que sólo era habitable en una de sus caras. La otra, que no recibía
luz alguna y no se encontraba al alcance de la visión, era oscura, rugosa,
llena de cráteres y pozos, como si un calor indescifrable la hubiera consumido
y extendido su huella hacia los límites montañosos de este mundo al comienzo
mismo de su existencia. Desde entonces, nada había surgido en aquella mitad.
La separación entre una y otra de
sus caras estaba compuesta por una interminable tráfila de cordilleras separadas
entre sí por valles tan profundos como indescriptibles; dispuestos con una
regularidad tan marcada, tan perfecta, que imposible mirarlos sin pensar en la
intervención de alguna inteligencia altamente desarrollada para lograr
semejante regularidad. Porque la naturaleza nunca se repite tanto, por
aburrimiento o por pereza, en rincón alguno del universo.
Lo más interesante, lo más
llamativo, de éste nuevo mundo, cargado de dulzura y delicadeza era, como se
mencionó antes, su regularidad, ya que a la mitad que denominamos superior la rodea una cadena montañosa
no muy alta, redondeada como si el viento de milenios las hubiera desgastado
hasta simular con ellas meras colinas tan idénticas las unas con las otras como
aquellas otras montañas en los extremos.
Esas mismas suaves colinas, apenas
elevadas sobre la superficie, se internan cual senderos que se bifurcan, hacia
el centro de esta gran planicie que, a la larga, resulta ser la cara del mundo,
como si todos los caminos condujeran al mismo sitio. De donde parten nuevos
senderos, nuevas colinas que, irremediablemente, nos llevan hacia el círculo exterior.
Sorprendieron a los investigadores
sus mares romboidales, no uno sólo, sino varios, idénticos, de dorado reflejo y
aguas dulces, fáciles de navegar en su calma absoluta. Pero sin el menor atisbo
de viento y, siempre, a la misma invariable temperatura en toda su extensión,
cada uno de ellos.
Suponemos que, en cuanto podamos
despegar el interés de los investigadores de tan empalagosas y sabrosas aguas,
continuaran las investigaciones para dar una respuesta a las preguntas básicas
de semejante descubrimiento. ¿Quién lo construyó en su regularidad y
constancia? ¿Quién lo dejó al alcance de nuestros ojos y los instrumentos de
nuestra ciencia? ¿Cuánto tiempo nos llevará saciar nuestro apetito? Hablando de
conocimiento, se entiende…
La única foto que disponemos de nuestro descubrimiento.
8 comentarios:
Seguimos investigando...
J.
Muy bueno!!!
Es un mundo delicioso, por lo que se ve!
Saludos!
Parado en el Abismo
ese es el tipo de mundo que me gusta...
¡Me gusta la Pasta Frola!!!!y el exótico relato..Martha
Genial el relato
y la foto, no es pie de manzana
que bueno, es mi debilidad.
Un abrazo José.
suculento!...creo que voy haciendo las valijas...jajaja
Quisiera uno conocer las manos del creador.
1. Me encantó, José, me alegré de que tu página se abriera desde arriba, pues de esa forma logré sorprenderme cuando apareció la imagen al final.
2. Podrías, tranquilamente, solicitar trabajo como columnista en una revista culinaria, pues quién otro podría acercarnos tan poéticamente a las comidas.
3. Es Flora o Frola, desde que llegué a Argentina escucho versiones para una u otra manera.
Un abrazo.
HD
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