Lucas tenía un problema. Dos en realidad. Uno
de ellos era que a pesar de llevar ese nombre por el libro de Cortázar,
escritor y libro de los que nunca escuchara hablar a pesar de que en la
biblioteca de su casa dormían dos copias del mismo texto, una de su padre y otra
de su madre.
Pero eso sería, digamos, casi
anecdótico. El verdadero problema de Lucas era su habilidad para que el tiempo
se le escurriera entre los dedos. Por ejemplo, solía levantarse tres horas
antes de entrar a trabajar para poder asearse, peinar su extensa cabellera y
desayunar. Sin embargo, algunos días te lo podías cruzar corriendo por la calle
para alcanzar el colectivo con el pelo revuelto y sin peinar, o húmedo como
recién salido de la ducha. Y, claro, siempre desayunaba en la oficina a la que,
irremediablemente, había llegado tarde. Tenía la suerte de que no lo despedían
porque el dueño de la empresa era un tío suyo y, porque a pesar de entregar las
planillas siempre tarde, lo que hacía nunca tenía errores, tachaduras ni
remiendos.
Carecía de explicación lógica, como
la vez que un amigo le consiguió una salida con una rubia platinada del
gimnasio y llegó media hora tarde al bar en el que habían quedado, y que
distaba apenas unas cuadras de su departamento. Lucas aseguraba haber salido
dos horas antes para llegar a tiempo. La rubia, por supuesto, no lo esperó.
Cuando nos reuníamos a festejar el
fin de año, el día de trabajador o el cumpleaños de alguno del grupo, dejar que
Lucas se encargara de la comida era obligarnos a llamar al delivery a
medianoche, porque a esa hora se acordaba que se había olvidado de ocuparse de
esa cuestión.
Inexplicable, si, tanto como el
hecho de que ningún reloj le servía; los usaba un día y dejaban de funcionar.
Se compraba un cuaderno nuevo para la facultad y en menos de una semana las
flamantes hojas blancas se ponían amarillentas. Te invitaba a tomar o a comer
algo en su casa, y tenías suerte si encontrabas algún comestible y no porque hubiera
vencido meses atrás.
Sus días parecían un parpadeo, porque
te los contaba en tres frases, a veces en dos; con una sucesión de llegadas
tarde, retrasos, trenes cancelados o colectivos que cambiaban de recorrido
porque la calle, o la avenida, estaba cerrada por reformas. Mantener una
conversación con Lucas era una odisea que sabías cómo comenzaba, con una
pregunta o un comentario tuyo; la lotería era saber cuándo respondería. Y no
porque fuera lento para pensar, sino porque, según decía, no se daba cuenta de
que el tiempo transcurría tan rápido para todos los demás.
Para él no existía el sueño, se
acostaba y apenas cerraba los ojos ya escuchaba el despertador atronando en la
mesa de noche; el día más largo de su vida fue cuando se quedó esperando a que cambiara
el semáforo de la esquina, para ir a comprar un paquete de galletitas de salvado
al chino de la otra cuadra.
El tedio de las tardes interminables
de otoño; las noches en vela estudiando; las doce horas de El anillo de los Nibelungos de Wagner; las cinco de Los diez mandamientos de Charlton
Heston; la aburridísima ceremonia de apertura del mundial de Francia ‘98. Nada
de esto existía para Lucas. Porque en pleno invierno te preguntaba qué pasó con
el otoño, qué materia cursaba juntos en la facultad tres cuatrimestres antes,
si el anillo del título existía o no, o si el actor de la película no era el
mismo que el de la película esa donde los monos había hecho algo que no sabía
muy bien lo que era.
Sí, Lucas era raro. Imposible
definirlo de otro modo, no porque tuviera canas desde los quince años, sino
porque sabía cuál sería el epitafio para su lápida. Una frase que se le ocurrió
una tarde, según me contó, y que la anotó en un papel que colgó con un imán en
la puerta de la heladera. Ahí fue donde la vi la última vez que lo visité, me
reí, si, pero no puedo negar lo acertado de su idea.
El papel decía, con su caligrafía rápida
y casi ilegible: ¡Ahora sí tengo tiempo!
13 comentarios:
me encanto....muy cortázar también...me imagino que estas pensando en hacer una publicacion con tus relatos no?....es el relato que mas me gustó....si, esa apertura del mundial 98 fue tediosa jajajaja...
Tiempo, que fantasía.
Un abrazo, J.
Me encantoo!!
Como diría fito paez en una canción.. "el tiempo maldita daga, lamiéndonos los pies"
Me gustó mucho este cuento.Martha
Mi mensaje no entró!!Decía que me gustó mucho el cuento.Saludos Martha
"cronopiando". De humor y lectura pícara José.
Un abrazo
Muy bueno!!!
A veces nos pasa el tiempo así de rápido y uno se pregunta donde lo pusimos... Nostalgia! Jaja
Saludos!
Parado en el Abismo
Excelente! lo compartiré con varios que se merecen ese epitafio =)
Un gusto como siempre!
Cuando te querés acordar tenés como 30 años en el cuerpo y unos quince o dieciséis mentales.
tipo raro el tal lucas...pero qué buena frase!
abrazo*
algunos somos bastante Lucas, y la gran mayoría no llegamos ni a tener programada una cita con la rubia y menos llegar a pensar un epitafio.
gran relato José!
Sera.
Gracias a tod@s por sus comentarios y perdón por carecer de tiempo para responder a cada uno en sus respectivas casas digitales. A veces el trabajo pesa más que el placer.
Saludos
J.
Ja! Yo tengo un amigo que tiene problemas severos con el tiempo. Llega dos horas después o más.En fin, que lo tuyo me ha gustado, tienes una facilidad en el lenguaje y la estructura -tiempo que ha raspado los ripios- porque sòlo con madurez se escribe.
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