El último barco, al llegar a la isla, trajo
consigo algo más que las semillas para la cosecha del año entrante y su
consabida carga de ratas malolientes.
En esos sacos de tela áspera, gris,
más llenos de tierra que de otra cosa, viajaba la hambruna disfrazada de grano
de mala calidad, enclenque, muerto, prisionero en su vaina.
Los campesinos pagaron su peso con
el oro que no tenían, como cada año desde la sequía. Oro que para algunos se
llamaba su última vaca lechera, tres gallinas, o un cerdo enflaquecido. El oro
de los pobres, el que no reluce a toda hora ni bajo todas las luces; pero vale
tanto, y es bien recibido como esas escasas monedas que los campesinos más
viejos recordaban haber visto, alguna vez, cuando niños.
La hambruna cambia su disfraz con
los meses, vistiéndose de plantas raquíticas que apenas se sostienen y que, la
lluvia, no alimenta, destruye.
Se traslada, luego de algún tiempo,
a los famélicos cuerpos de esas sombras que supieron ser campesinos, ojerosos,
cansados, consumidos por el esfuerzo y el frío. Sin otra cosa que hacer más que
recorrer cada día el mismo tramo de bosque buscando bayas y bellotas, algún
fruto perdido, alguna raíz, que otro campesino igual de hambriento, no hubiera
visto al pasar antes por el mismo exacto lugar.
Así como en el reino de los ciegos,
el tuerto es rey; en el reino del hambre, el que posee la única gallina, el que
supo esconderla de los recaudadores de alcabalas y derechos regios, el que supo
guardar su secreto aun al párroco y a riesgo de ver su alma condenada al limbo
eterno; el que supo quedarse con esa gallina en época de hambruna, y sabe cómo
alimentarla, aunque esos animales se alimenten prácticamente solos, sabe,
también, que los huevos que pueda de ella obtener valdrán, literalmente, su
peso en oro.
Y en este casi sí que hablamos de
oro del auténtico.
7 comentarios:
Eso es tan cierto. Al final, cuando el objeto representa un valor nominal, no importa el mugre que le cubre sino lo que expresa para la transacción. Incluso cuando el huevo aún como producto biológico, un peso en oro ya tiene, en la metáfora y la abstracción del intercambio. Por eso, finalmente, los primeros billetes decían, tantos mil pesos oro.
¡Muy interesante el texto!
Saludos pues.
F.
Bienaventurados los que resguardan.
Tan real que se palpa: "el oro de los pobres, el que no reluce a toda hora ni bajo todas las luces". Una tremenda madurez literaria y artística queda manifiesta en este escrito José. Un vistazo a la realidad que deja al descubierto el velo que a veces suele cubrirla, no hay palabras innecesarias: define la crudeza de manera insoslayable pero al mismo tiempo dejás entrever lo maravilloso que puede resultar todo cuando se tiene la capacidad de transmitirlo tan hábilmente.
Un gran abrazo,
Alejo.
Mista Vilteka: Muy acertadas tus palabras y gracias, otra vez por la visita.
Vradi: Así es, amigo mío.
Alejo: ¿Te parece para tanto? Bueno, gracias por tus palabras y por seguir leyéndome a pesar de todo.
Gracias a tod@s!
J.
Me ha gustado tu texto define la cruda realidad.
Un beso.
me recordaste a "pedro páramo"
abrazo*
Concuerdo plenamente con la apreciación sobre Pedro Páramo. Su peso en oro o su peso en sal(ario)
me gusta esa cosa atemporal del relato.
Salud
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