Gran parte de sus años mozos los pasó sintiendo
el frío agarrotándole los pies. Como pequeños látigos que golpeaban sin
lastimar la carne, pero que dolían con igual intensidad, las uñas del frío se
hundían en sus falanges. Algo que resultaba de suma molestia para realizar su
trabajo en los bosques, llevara a cuestas su hacha o no.
Buscó ayuda médica, por supuesto,
durante años. Recorrió consultorios, clínicas y hospitales, sesiones de
tarotistas, clases de yoga y reiki y tarjetería española, sin la menor mejoría
para su desesperante predicamento. Las puertas se cerraban ante su insistencia,
pues el rumor de su caso lo precedía.
Sufría un mal que sólo él sentía, al
que estaba destinado a encontrarle una única cura posible; dándole vueltas y
más vueltas al asunto comprendió lo que debía hacer. Algo que le resultaba
desagradable y doloroso, pero mucho menos que el sentir la molestia del frío
ciento sesenta y ocho horas por semana.
La solución, estaba clara, era
amputarse ambos pies, completos, a la altura del tobillo. Los reemplazaría por
réplicas de metal y cerámica de sus propios pies, de los que tomaría un molde;
de esa manera no sólo terminaría con su problema, sino que tendría pies
eternos, sin que el frío ni el cansancio crónico afectaran su circulación.
Todo fue perfecto, por un corto
lapso de soles.
Como si reptara por su cuerpo, el
frío que creyó extirpar de su cuerpo se había desplazado hacia sus piernas, un
poco apenas por debajo de sus rodillas.
No esperó demasiado para tomar la nueva
decisión.
El tajo siguiente lo trazó a la
altura de las rodillas. Reemplazando sus fémures con acero y titanio reforzado.
Con ellas podría caminar hacia la eternidad sin problemas.
Sonrió largamente los días que
siguieron a la operación y que mediaban con la nueva aparición del maldito y
falaz frío. Debajo de su ingle ésta vez; palpitando como un doble corazón duro
y carente de emoción, sin el menor atisbo a querer menguar sino que, todo lo
contrario, parecía aumentar día tras día.
Reemplazó cuanto se encuentra por
debajo de la cadera, órganos, carnes y huesos, por plástico y aleación de acero
al tungsteno, para no sufrir en su vejez problemas de cadera.
Solo que el frío, ese gran simulador
del que nadie ha escrito una canción, reapareció en su cuerpo. Esta vez ocupó ese
espacio entre el antebrazo y el codo que le dificultaba cualquier movimiento,
endureciendo los cartílagos, destrozando los músculos, impidiéndole trabajar
libremente, como cada unas de las veces anteriores en las que el frío campeara
por su cuerpo.
Primero uno, luego el otro,
reemplazó, en un plazo de dos semanas, ambos brazos. Con ellos era capaz de levantar
hasta quince mil kilogramos sin que lo notara, pero no podía abrazar a una
persona sin ponerla en peligro de trituración de su columna vertebral.
Creerán que, tras el reemplazo de
los brazo, se detuvo el problema del frío pertinaz y persistente. Pero no fue
así.
Continuó avanzando; por lo que, a
los pocos meses, debió reemplazar su sistema digestivo, o lo que quedaba de él;
le siguieron luego sus órganos oculares y los olfativos; más tarde fue el
maxilar inferior; al poco tiempo también el superior, antes de reemplazar las
costillas, la caja torácica y, para finalizar, la cabeza completa.
Todo lo reemplazó por partes
mecánicas, de mejor factura que la humana natural, más duradera y confiable.
Incluso su cerebro lo reemplazó por el nuevo modelo de inteligencia artificial,
con personalidad aplicada basada en los positrones del modelo Asimov XV. Era un
1.000% más efectivo que cuando era humano; 1.500% más inteligente; no hablaba
estupideces; no contaba anécdotas repetidas ni comentaba sobre el clima o los
noticieros; no perdía el tiempo en el trabajo, lo que le permitía abrazar mas rápido
y cobrar el plus por productividad y efectividad.
La eficacia era su lema.
Tras todos los cambios que había
llevado adelante, sólo una cosa continuaba molestándole. El constante retumbar
del último resabio de su humanidad, el ruido rítmico y pausado que se sentía en
el interior de su armadura vacía. Ese corazón que se negaba a dejar de latir marcando
su irreemplazable presencia.
4 comentarios:
Más extenso de lo normal, pero no podía cortar la historia.
Espero les guste a tod@s!
Saludos
J.
Pues sí, me ha gustado y sorprendido. Últimamente noto que se me agarrotan un par de dedos del pie derecho. ¿Debo preocuparme? ¿Tendré que lacerar?
Saludos, buen día.
me recordaste a la última novela de j. winterson, "planeta azul", pero a la inversa. en esa novela, una de los protagonistas, una robot, va arrancándose de a poco cada una de las partes de su cuerpo sentada en la nieve,para así poder morir de amor.
me gustó muchísimo tu historia, muchísimo!
abrazos*
De nuevo por tu casa, disfrutando de las cosillas que nos dejas. Siempre un placer.
Saludos y un abrazo.
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