jueves, 12 de abril de 2012

El hombre de hojalata moderno


Gran parte de sus años mozos los pasó sintiendo el frío agarrotándole los pies. Como pequeños látigos que golpeaban sin lastimar la carne, pero que dolían con igual intensidad, las uñas del frío se hundían en sus falanges. Algo que resultaba de suma molestia para realizar su trabajo en los bosques, llevara a cuestas su hacha o no.
Buscó ayuda médica, por supuesto, durante años. Recorrió consultorios, clínicas y hospitales, sesiones de tarotistas, clases de yoga y reiki y tarjetería española, sin la menor mejoría para su desesperante predicamento. Las puertas se cerraban ante su insistencia, pues el rumor de su caso lo precedía.
Sufría un mal que sólo él sentía, al que estaba destinado a encontrarle una única cura posible; dándole vueltas y más vueltas al asunto comprendió lo que debía hacer. Algo que le resultaba desagradable y doloroso, pero mucho menos que el sentir la molestia del frío ciento sesenta y ocho horas por semana.
La solución, estaba clara, era amputarse ambos pies, completos, a la altura del tobillo. Los reemplazaría por réplicas de metal y cerámica de sus propios pies, de los que tomaría un molde; de esa manera no sólo terminaría con su problema, sino que tendría pies eternos, sin que el frío ni el cansancio crónico afectaran su circulación.
Todo fue perfecto, por un corto lapso de soles.
Como si reptara por su cuerpo, el frío que creyó extirpar de su cuerpo se había desplazado hacia sus piernas, un poco apenas por debajo de sus rodillas.
No esperó demasiado para tomar la nueva decisión.
El tajo siguiente lo trazó a la altura de las rodillas. Reemplazando sus fémures con acero y titanio reforzado. Con ellas podría caminar hacia la eternidad sin problemas.
Sonrió largamente los días que siguieron a la operación y que mediaban con la nueva aparición del maldito y falaz frío. Debajo de su ingle ésta vez; palpitando como un doble corazón duro y carente de emoción, sin el menor atisbo a querer menguar sino que, todo lo contrario, parecía aumentar día tras día.
Reemplazó cuanto se encuentra por debajo de la cadera, órganos, carnes y huesos, por plástico y aleación de acero al tungsteno, para no sufrir en su vejez problemas de cadera.
Solo que el frío, ese gran simulador del que nadie ha escrito una canción, reapareció en su cuerpo. Esta vez ocupó ese espacio entre el antebrazo y el codo que le dificultaba cualquier movimiento, endureciendo los cartílagos, destrozando los músculos, impidiéndole trabajar libremente, como cada unas de las veces anteriores en las que el frío campeara por su cuerpo.
Primero uno, luego el otro, reemplazó, en un plazo de dos semanas, ambos brazos. Con ellos era capaz de levantar hasta quince mil kilogramos sin que lo notara, pero no podía abrazar a una persona sin ponerla en peligro de trituración de su columna vertebral.
Creerán que, tras el reemplazo de los brazo, se detuvo el problema del frío pertinaz y persistente. Pero no fue así.
Continuó avanzando; por lo que, a los pocos meses, debió reemplazar su sistema digestivo, o lo que quedaba de él; le siguieron luego sus órganos oculares y los olfativos; más tarde fue el maxilar inferior; al poco tiempo también el superior, antes de reemplazar las costillas, la caja torácica y, para finalizar, la cabeza completa.
Todo lo reemplazó por partes mecánicas, de mejor factura que la humana natural, más duradera y confiable. Incluso su cerebro lo reemplazó por el nuevo modelo de inteligencia artificial, con personalidad aplicada basada en los positrones del modelo Asimov XV. Era un 1.000% más efectivo que cuando era humano; 1.500% más inteligente; no hablaba estupideces; no contaba anécdotas repetidas ni comentaba sobre el clima o los noticieros; no perdía el tiempo en el trabajo, lo que le permitía abrazar mas rápido y cobrar el plus por productividad y efectividad.
La eficacia era su lema.
Tras todos los cambios que había llevado adelante, sólo una cosa continuaba molestándole. El constante retumbar del último resabio de su humanidad, el ruido rítmico y pausado que se sentía en el interior de su armadura vacía. Ese corazón que se negaba a dejar de latir marcando su irreemplazable presencia.

4 comentarios:

José A. García dijo...

Más extenso de lo normal, pero no podía cortar la historia.

Espero les guste a tod@s!

Saludos

J.

md dijo...

Pues sí, me ha gustado y sorprendido. Últimamente noto que se me agarrotan un par de dedos del pie derecho. ¿Debo preocuparme? ¿Tendré que lacerar?

Saludos, buen día.

silvia zappia dijo...

me recordaste a la última novela de j. winterson, "planeta azul", pero a la inversa. en esa novela, una de los protagonistas, una robot, va arrancándose de a poco cada una de las partes de su cuerpo sentada en la nieve,para así poder morir de amor.

me gustó muchísimo tu historia, muchísimo!

abrazos*

La sonrisa de Hiperion dijo...

De nuevo por tu casa, disfrutando de las cosillas que nos dejas. Siempre un placer.

Saludos y un abrazo.