jueves, 1 de marzo de 2012

Al principio, hubo una mentira…

Decía ser el sastre más grande de la comarca; pero, si la noche de copas se había extendido hasta el día siguiente, era capaz de asegurar ser el sastre más importante del mundo, sonriendo con su boca desdentada y su lengua partida.
Quienes lo conocían un poco, pero tan sólo un poco, sabían su historia. Y lo nombraban, apenas, como un zapatero remendón de escasa habilidad pero, algo innegable a quien lo viera, con mucha convicción.
Eso era lo importante. Creía en sí mismo, y vendía esa imagen a quien quisiera escucharle. Como si también él hubiera comenzado a creer en cuanto decía desde el día en que heredara el taller de costura de su tío-abuelo sin haber dado ni una única puntada hasta ese momento.
Cargaba con un juego de agujas en el cinturón; algunas tan pequeñas que se perdían en la rudeza de sus dedos, otras tan grandes que bien podrían pasar por sables o cimitarras. Todas manchadas con ese óxido rojizo que se come la mala aleación del metal y que él se empecinaba en señalar como la sangre de aquellos enemigos que osaron reírse de él.
Pero las risas continuaron, tal vez no frente al sastrecillo, pero sí a su espalda flaca y encorvada; sobre sus dedos cubiertos de magulladuras y su ropa mal remendada, con contradecía su presuntuosa habilidad, nada decía y más callaba.
Lo peor, o lo más cómico de éste embrollo de dimes y diretes, era que cuando las brumas del alcohol y las noches en vela quedaban atrás, sus delirios de grandeza no se aplacaban. Estando sobrio llegaba a asegurar que era capaz de vencer gigantes y monstruosas amenazas valiéndose solamente de sus agujas, hilos y la fuerza de sus dedos.
Sus palabras causaban más risas que los bufones del Rey, quien también conocía sus aventuras, y lo hizo llamar, cierta vez, ante su presencia para que demostrara sus habilidades. Ni siquiera el encontrarse frente a la autoridad hizo que el sastrecillo se amilanara en lo más mínimo, como debería de ser para cualquier persona.
—¿Eres tú el sastre que dice enfrentar gigantes y monstruosas amenazas? —dicen que le preguntó el Rey.
—Ese soy —dicen que fue su respuesta sin bajar la mirada ni prosternarse frente al trono.
—Tengo, pues, una encomienda para hacerle, señor sastre —dicen que dijo el Rey con una sonrisa en sus labios.
El único recuerdo del sastrecillo bocazas que guarda hoy el populacho es su habilidad para salvar el gran tapiz de la Sala de Banquetes del Palacio de la monstruosa amenaza de caerse de sus soportes culpa del gigantesco agujero formado por generaciones de polillas hambrientas.

8 comentarios:

José A. García dijo...

Quiero darle las gracias a tod@s mis lector@s y excusarme por mi falta de tiempo para visitar los blog de cada un@ de ustedes.

La falta de tiempo es parte de mi rutina, por lo que prometo al menos intentar ponerme al día con ustedes durante el fin de semana.

Gracias,
Saludos
y
Suerte

J.

Sole dijo...

hasta diría que se lo leería a mi descendencia.
Un abrazo grande.

Pazchi dijo...

El sastrecillo valiente se hizo real, me gustó la reversión =)


saludos

Antonio dijo...

Valiente sastrecillo, pero la megalomanía es mala consejera y causa risa cuando no pena, incluso, miedo, aunque sí es buena la autoestima.
Un saludo y yo tampoco ando con demasiado tiempo para andar por los blogs amigos

Geraldine, dijo...

ese hombre no nesecitaba de libros de autoayuda...enmendar también es una habilidad....

Tere dijo...

Hola José, gracias por el envío, pero con anteojos de aumento lo pude leer, de ahí el comentario en el blog de serafín, de mas esta decirte que me quede encantada con el dibujo, me recordó un poco a las ilustraciones de los libros de cuentos de mi época.

Quien estaba mas loco, el sastre o el rey? ja! me gusto tu cuento, con el respeto que me despierta La locura del humano.

Un abrazo y otra vez gracias.
Tere.

Manco Cretino dijo...

Recorriendo la deshojada (como pueda)---------> http://revistadeacaydealla.blogspot.com/2012/03/blancanona.html

Rochies dijo...

hasta aquí me he puesto al día.
un placer.