Decía ser el sastre más grande de la comarca;
pero, si la noche de copas se había extendido hasta el día siguiente, era capaz
de asegurar ser el sastre más importante del mundo, sonriendo con su boca
desdentada y su lengua partida.
Quienes lo conocían un poco, pero
tan sólo un poco, sabían su historia. Y lo nombraban, apenas, como un zapatero remendón
de escasa habilidad pero, algo innegable a quien lo viera, con mucha
convicción.
Eso era lo importante. Creía en sí
mismo, y vendía esa imagen a quien quisiera escucharle. Como si también él
hubiera comenzado a creer en cuanto decía desde el día en que heredara el taller
de costura de su tío-abuelo sin haber dado ni una única puntada hasta ese
momento.
Cargaba con un juego de agujas en el
cinturón; algunas tan pequeñas que se perdían en la rudeza de sus dedos, otras
tan grandes que bien podrían pasar por sables o cimitarras. Todas manchadas con
ese óxido rojizo que se come la mala aleación del metal y que él se empecinaba
en señalar como la sangre de aquellos enemigos que osaron reírse de él.
Pero las risas continuaron, tal vez
no frente al sastrecillo, pero sí a su espalda flaca y encorvada; sobre sus
dedos cubiertos de magulladuras y su ropa mal remendada, con contradecía su
presuntuosa habilidad, nada decía y más callaba.
Lo peor, o lo más cómico de éste
embrollo de dimes y diretes, era que cuando las brumas del alcohol y las noches
en vela quedaban atrás, sus delirios de grandeza no se aplacaban. Estando
sobrio llegaba a asegurar que era capaz de vencer gigantes y monstruosas
amenazas valiéndose solamente de sus agujas, hilos y la fuerza de sus dedos.
Sus palabras causaban más risas que
los bufones del Rey, quien también conocía sus aventuras, y lo hizo llamar,
cierta vez, ante su presencia para que demostrara sus habilidades. Ni siquiera
el encontrarse frente a la autoridad hizo que el sastrecillo se amilanara en lo
más mínimo, como debería de ser para cualquier persona.
—¿Eres tú el sastre que dice
enfrentar gigantes y monstruosas amenazas? —dicen que le preguntó el Rey.
—Ese soy —dicen que fue su respuesta
sin bajar la mirada ni prosternarse frente al trono.
—Tengo, pues, una encomienda para
hacerle, señor sastre —dicen que dijo el Rey con una sonrisa en sus labios.
El único recuerdo del sastrecillo
bocazas que guarda hoy el populacho es su habilidad para salvar el gran tapiz
de la Sala de Banquetes del Palacio de la monstruosa amenaza de caerse de sus
soportes culpa del gigantesco agujero formado por generaciones de polillas
hambrientas.
8 comentarios:
Quiero darle las gracias a tod@s mis lector@s y excusarme por mi falta de tiempo para visitar los blog de cada un@ de ustedes.
La falta de tiempo es parte de mi rutina, por lo que prometo al menos intentar ponerme al día con ustedes durante el fin de semana.
Gracias,
Saludos
y
Suerte
J.
hasta diría que se lo leería a mi descendencia.
Un abrazo grande.
El sastrecillo valiente se hizo real, me gustó la reversión =)
saludos
Valiente sastrecillo, pero la megalomanía es mala consejera y causa risa cuando no pena, incluso, miedo, aunque sí es buena la autoestima.
Un saludo y yo tampoco ando con demasiado tiempo para andar por los blogs amigos
ese hombre no nesecitaba de libros de autoayuda...enmendar también es una habilidad....
Hola José, gracias por el envío, pero con anteojos de aumento lo pude leer, de ahí el comentario en el blog de serafín, de mas esta decirte que me quede encantada con el dibujo, me recordó un poco a las ilustraciones de los libros de cuentos de mi época.
Quien estaba mas loco, el sastre o el rey? ja! me gusto tu cuento, con el respeto que me despierta La locura del humano.
Un abrazo y otra vez gracias.
Tere.
Recorriendo la deshojada (como pueda)---------> http://revistadeacaydealla.blogspot.com/2012/03/blancanona.html
hasta aquí me he puesto al día.
un placer.
Publicar un comentario