Era la hija más caprichosa de su padre, del
Rey, del Señor de Todos y Cada Uno de los Rincones. Podía tener cuanto quisiera
y, sin embargo, siempre pedía más y más; poseía tan insaciable deseo que nunca
descansaba, pensando continuamente qué pedir a continuación.
Pero, el problema no era ella, sino
el padre que nunca supo cómo imponerse ante semejantes caprichos. Las malas
branquias, dicen que entre ellos había un comercio escandaloso algunas noches,
cosas que, por supuesto, nadie se proponía comprobar.
La niña pedía una joya, le traían
cien; pedía un pendiente, le traían mil; pedía una prenda nueva con la que
adornar su cuerpo, y esa misma noche los mercaderes de tejidos de reino eran
saqueados por los ejércitos reales. Voraz e insaciable el apetito de ella y él.
Hasta que llegó el día, muchos años
después, cuando la adolescencia de la princesa tocaba a su fin, que descubrió
ese otro extraño mundo que nunca había llamado su atención. No, no se trataba
de drogas duras, sino de la superficie.
Y entre ceja y ceja de la sirenita
estuvo el deseo de pisar la tierra seca. Por lo que el Rey, recurriendo
nuevamente a sus ejércitos cansados, buscó a cada sabio, mago, brujo, escritor
de ciencia ficción, alquimista, vendedor de humo y cirujano, para cumplir con
el más reciente capricho de su más amada hija.
Reunidos en cónclave, los
charlatanes decidieron cómo actuar. Removieron la cola de pez de nacimiento de
la princesa. Le colocaron dos bellas piernas ortopédicas y le enseñaron a
utilizarlas. También le enseñaron a hablar neocriollo hasta que fue capaz de
expresarse con naturalidad y simpatía a favor de la paz mundial.
Hecho todo esto, los sabios, y el
Rey estuvo de acuerdo, decidieron que la muchacha estaba preparada para
remontar la corriente hasta la superficie desolada y desoladora.
Hubo fiesta en el reino. Dicen que
el pueblo festejaba el deshacerse de tan pesada carga. Dicen que el Rey lloraba
por motivos más oscuros mientras se abrazaba con uno de sus jóvenes tritones,
no necesariamente alcoholizado.
Con una sonrisa tan amplia que de
felicidad parecía, la princesa se fue, en su carruaje de ostras, en la dirección
en la que brillaba el sol.
Nunca se la volvió a ver en el
Reino. Jamás regresó y hay quienes dicen que se enamoró en la superficie de un
apuesto marinero que regenteaba un vetusto cabaret en el puerto.
Otras voces, en cambio, aseguran que
en el cónclave de sabios, nunca se mencionó, ni siquiera por error, la posible necesidad
de pulmones.
10 comentarios:
Me inclino por esas otras voces. Pobre sirenita, pobre, tanto capricho enjoyado y tan poco oxígeno..
Me ha encantado, José :)
Besos
Prefiero más esta versión impopular que la de Andersen. Nevertheless, la moraleja está sabiamente sumergida entre líneas.
Un abrazo grande, quien retorna a estos parajes,
Sole.
Mooooooy bueno, hermano. Te juro que el final es de película jajaja. Comunicate con Tim Burton... ya!
(¿la moraleja sería que es mejor tener pulmones que piernas?)
No te puedes sentir atosigada, cansada y oprimida en tu vida porque al final acabas explotando y haciendo totalmente lo contrario de lo que se espera de uno/a.
Tus historias son diferentes (ya te lo he escrito en muchas ocasiones).
Siempre reselta tu originalidad.
(gracias por tu amable visita :)).
un abrazo
Me ha encantado este cuento
tiene algo que te atrapa
y eso es decir bastante en un relato.
Enhorabuena!
Una vez más me asombra tu imaginación.
Felicidades.
Uno de los mejores relatos que le he leído señor, ese final es una pincelada de belleza que finiquita el carácter resuelto con que parece escribió esto. Excelente hilo conductor, y como dice Esilleviana, la originalidad, bueno, ella lo expresa mejor que yo.
Un abrazo,
Alejo
Jajaj, y sí... un "olvido" puede ser fatal.
Abrazo.
José, admiro tu minuciosidad y tu lenguaje para despuntar un cuento y terminarlo como se debe. Breves, aunque concisos. Y su carga semántica en la recreación es indudablemente plausible. Saludos!
De nuevo por tu casa---
Saludos y un abrazo.
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