Prejuicios

—¡Me harté de los artificios! —gritó la chica quitándose la falda en medio de la acera, quedando cubierta de la cintura para abajo sólo con una tanga bordó de encaje—. Quiero ser libre —dijo colocándose también una peluca de color amarillo patito sobre sus rizados cabellos castaños.

Y se fue, satisfecha, caminando como si nada.

—¡Me cansé de tanta mentira! —gritó un hombre a unos pasos de mí, arrojó su iphone al suelo y lo aplastó con su pesado zapato hasta volverlo pedacitos—. El hombre tiene que ser libre —dijo pagando con el cambio exacto el periódico del día.

—¡Me aburrieron los clásicos! —gritó un adolescente tirando a la alcantarilla un disco de la banda de moda del momento editado dos semanas atrás—, hay que ser actuales —dijo corriendo a la disquerías más cercana a buscar, seguramente, el nuevo tema del verano.

Acaricie el percutor de mi arma, escondida en el bolsillo falso de mi abrigo de charol. Estaba cansado de escuchar los gritos de psuedoiluminación de los mediocres. Un grito más, me dije, y se inicia la balacera. Y, como la moda de liberarse de supuestos prejuicios se encontraba en franco ascenso, sabía que ese momento no tardaría en llegar.