Días atrás fui testigo de una revelación, de una
epifanía, que abrió mis ojos por primera pero también por última vez en esta larga
y aburrida vida mía. Si ahora me decido a dejarlo por escrito es para, en la
medida en que me sea posible, explicarme mis propia emociones respecto al
momento en que aquello aconteció. Tan raro e incomprensible resulta que se me
dificulta incluso hilar palabras, o pensar como siempre he sabido hacerlo. Se confunden
en mis recuerdos las horas vividas a posteriori, pero creo que podré hacerlo. Es
lo que, al menos, espero.
Caminaba por la calle de los Cedros,
la que se encuentra dos calles después de la Avenida Hacha, la del boulevard;
era la tarde de un martes, o un sábado, ese pequeño detalle es uno de los
tantos que han comenzado a escapárseme. Cargaba con mi portafolio, lleno de
documentos importantes, papeles inservibles y cartones de lotería desechados;
esto me inclina a pensar que se trataba de un martes, ya que no solía salir con
él a caminar los días sábados. Mucho menos sabiendo que me dirigía a la
exposición de cuadros figurativos de artistas no figurativos que imitaban al
futurismo recreado por lo surrealistas. Es decir, no sabía qué podría llegar a
encontrar allí. Y, como de arte nunca supe más que la nada misma, tampoco me
importaba.
Serían manchas de colores, rostros
deformados, miembros desgarrados y prominentes, ese tipo de cosas. Pretendería
sorprenderme o, de ser necesario si el resto de los asistentes reaccionaban de
la misma manera, tal vez horrorizarme.
Nunca llegué a la muestra que
tampoco sabía por qué querría ver.
A pocos pasos de la entrada sucedió
aquello que dio inicio al cambio en la percepción de cada una de las cosas que
me rodeaban.
Un hombre salió de la galería de
arte. Llevaba un traje similar al mío, solo que a él le quedaba mejor, tal vez porque
era de sastre y no de una tienda; tenía un portafolios marrón y abultado como
el que quería comprarme para reemplazar el viejo y ajado azul que cargaba en
ese momento (ya no tengo dudas, era martes); un gran reloj a cuerda de los que
ya no se fabrican, como el que tenía el abuelo y que después de su muerte mis
primos me arrebataran para empeñarlo en sus desesperación por conseguir más
dinero del que les tocara en la herencia. Esto para no mencionar los zapatos,
de cuero verdadero y que lucían como recién lustrados, que protegían sus pies, que
en nada se parecían a los desechos borcegos que calzaba ese día.
Nuestras miradas se cruzaron por una
fracción de segundo cuando, en una mirada panorámica desde la puerta, ese
hombre miró lo que le rodeaba sin percatarse que me encontraba a unos escasos
metros. Sin embargo, y no tengo dudas sobre ello, sé que me vio. Es solo que aparentó
muy bien no haberlo hecho.
En cambio, y muy a pesar mío, por no
decir que para mi desgracia, yo sí lo había visto.
¡Ese hombre se parece a mí! Pensé de inmediato, como si me encontrara frente a un reflejo un tanto
deformado por la distancia o la mala calidad del espejo. Pero, y aquí comenzaba
a darme cuenta de lo que sucedía, ese hombre se parecía tanto a mí que ni él
era yo, ni yo era él.
Para ser un poco más claro: Ese
hombre no se parecía a mí, era yo quien me parecía a él.
Fue en ese instante, en ese otro
segundo en que me percaté de la diferencia entre uno y otro razonamiento, que
la revelación, la epifanía, que buscara a lo largo de cada uno mis actos,
incluso desde antes de ese momento, tuvo lugar.
No fue necesario que comenzara a
preguntarme si era una sombra de aquel hombre, un recuerdo suyo, una de sus
fantasías, un resabio de algún sueño, una fotografía ajada por los años, la
visión que alguien más tenía sobre él, o laguna otra cosa, para percatarme de
la forma en la que cada una de las cosas que me rodeaban se desdibujaba poco a
poco.
Así, me he despedido de mi
portafolio y mis papeles, de mi traje que nada tenía de sastre, de mis viejos
borcegos que ya no lastimarían mis pies, así como de cada una de mis memorias.
Incluso aquellas que ni siquiera sabía que aún perduraban en mí hasta ser, una
vez más, mucho menos que un reflejo fugaz de alguien a quien podría haberme
parecido.
4 comentarios:
It happens.
Saludos.
Aquí traigo mi aportación de caña.
Nunca sabremos quiénes somos. Creo que aunque hubieras tenido más tiempo para averiguarlo jamás lo hubieras hecho. Sólo piensa que tu "otro yo" tampoco lo sabe. En esta historia no eres tú solo quien sale perdiendo.
Por cierto, he visitado tu otro blog, el de los libros, y he sacado varios títulos que me han resultado interesantes. Es muy enriquecedor ese espacio que has creado, te felicito.
Besos
Cita
Nos desdibujamos rapidamente,de repente un dia "zas" ya no somos.
La masa de carne, arterias y recuerdos se recompone haciendo una copia deformada de lo que fuimos, este ciclo se repite una u otra vez, hasta que un día la materia cansada de tanto suicidio decide abandonarnos.
un abrazo Jose¡¡
yo hace tiempo que no me cruzo, creo que me hace bien, detestaría encontrarme de vuelta por ahí en alguna realidad alternativa.
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