Supongo que, de vivir en éste milenio de
consumismo desenfrenado, Dante hubiera planteado su infierno no como un cono
descendente hacia el centro de la oscuridad y la morada del enemigo de la luz.
Su infierno, sin dudas, tendría la forma, la estructura, de un centro
comercial. De varios niveles superpuestos, con la ventilación al máximo incluso
en verano, con luces tan brillantes que negarían al sol, y negocios tan
variados como los castigos imaginados en el siglo XIV.
Existiría, entonces, el castigo de
buscar una prenda de vestir sin encontrarla, de no hallar del talle, el color o
la forma deseada. Que los vendedores lo traten bien a uno, cuando en su vida lo
han hecho; que lo buscado sea de la temporada pasada y, por supuesto, que ya no
quede ni siquiera en el depósito.
El más terrible de los castigos de
éste infierno/templo del consumismo ritual, y al parecer necesario, para el
cual nos educan desde nuestro nacimiento, como en el libro de Huxley, sería
hallar, luego de miles de horas y caminatas de búsqueda infructuosa, ese objeto
que provocara la condenación eterna del recuerdo de la persona (porque el alma
no existe, el siglo XX se encargó de demostrarlo); encontrarlo decía y, sólo
entonces, darse cuenta que en algún otro lugar nos hemos olvidado la billetera…
6 comentarios:
401 y contando...
J.
ese oscuro objeto de deseo...y sin billetera....
abrazos*
si yo te contara...
saludos
yo
Siempre hay un castigo.
Besos
Siempre hay castigos, como bien dice Luna. Siempre.
Nadie le escapa. Demos gracias a la civilización cristiana occidental por ese pensamiento retrógrado y represivo del ser.
Saludos
J.
Ja, ja, no estaría mal eso para algunos.
Publicar un comentario