Miedo.
Eso, y no otra cosa, era cuanto sentía.
La carreta avanzaba despacio, con los caballos cansados, vencidos por la
carrera anterior. Apenas miraba hacia el exterior, pero sabía por dónde
transitaban en todo momento. Conocía Lima como la palma de su mano.
Por eso era él el Corregidor, la
justicia del Reino, el administrador enviado por la Corona, el Representante
directo del Rey y no cualquier otro; por eso le correspondía tomar las decisiones
a las que nadie más se atrevía.
A él debían temer, todos, blancos,
mulatos, mestizos, zambos y los despreciables indios.
Sin embargo…
Sin embargo no era así.
Aún no terminaba el año de la
ejecución y los problemas, a pesar de lo que él mismo informara a la metrópolis,
no menguaron. Bien al contrario, parecieron multiplicarse allá, en el campo,
donde ellos vivían.
Si, aún podía sentir el
desgarramiento de aquel cuerpo, aún podía ver la sangre, escuchar el horror de
una muerte silenciosa.
Ese fue el día en que la pesadilla
comenzó.
Ya no volvió a sentirse tranquilo,
nunca, en sitio alguno. Le parecía que lo vigilaban, que alguien espiaba detrás
de los tapices de las habitaciones de su casa, que alguien miraba su firma por
sobre su hombro. Comenzaba a sentir que tanta tensión de afectaba los nervios.
Días atrás, un jueves, hace dos
semanas, apenas pudo sostener la pluma y el sello para firmar ese estúpido
contrato de desamortización. Era una suerte el que nadie lo hubiera notado o
también su autoridad hubiera comenzado a resquebrajarse.
Los rumores crecían y crecían,
llegando desde cada extremo del reino.
Intentó no creer en ellos, al
principio; pero luego fueron tantos que se encontró abrumado por las noticias y
el eco de aquellas palabras que nadie quiso traducirle y que sólo bajo amenaza
de tortura y ser enviado a la Metrópolis, un indio aceptó traducir tan
violentas palabras, tan terribles: Naya
saparukiw jiwyapxitaxa nayxarusti, waranqa, waranqanakaw tukutaw
kut'anipxani...
Aquel indio sonrió de tal forma que
todo su rostro se transformó en algo diferente, ya no era humano: Yo muero hoy, pero mañana volveré convertido
en miles de miles, dijo.
Convertido en miles de miles, y Lima, sabido es, se
encuentra tan llena de indios, todos tan parecidos a Catari.
Todos tan parecidos, tan iguales que
¿cómo sentir otra cosa diferente al miedo?
5 comentarios:
Con este hermoso cuento doy por finalizado mi día, gracias!!!
Besos.
Maravilloso tu blog me voy con sabor a azucar en mi boca
Perdón por opinar de manera tan poco ortodoxa pero este cuento es un Golazo.
El crescendo del final es óptimo.
Salud
Pato: Gracias por la visita.
Recomenzar: Esa siempre fue la idea. Gracias por tus palabras.
Efa: Pensar que se me ocurrió leyendo sobre la revolución boliviana del 52...
Saludos a tod@s
J.
Yo crecí oyendo una versión más poética atribuida a Tupac Amaru (a quien habría parafraseado): "Volveré y seré millones". Recuerdo que hace un par de años, un soldado se enfrentó solo contra los abusos de todo el aparato militar. Se apellida Millones. Un periodista le dio la energía que podría faltarle a su nota cambiando una mayúscula en el título: "Volveré y seré Millones".
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