martes, 2 de agosto de 2011

Cri-Cri


El llamador sobre la puerta resonó varias veces, como si una indecisa mano jugara con ella, abriéndola, cerrándola, abriéndola otra vez, cerrándola más tarde, en el local vacío.
En la trastienda se veía una luz, opacada por un vidrio cobrizo, pero innegable. La robusta sombra de un pesado cuerpo se movió allí detrás, como accionado por un perezoso resorte sin fuerza.
Unos pasos más tarde la figura de un hombre, gastado por el trabajo, cansado por los años, apareció junto al mostrador; con ojos ávidos miró al a jovenzuela que esperaba junto a la puerta, llevaba una pequeña bolsa de cartón, el pelo recogido en dos coletas y una falda muy corta.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó el hombre esperando que la frase no sonara tan agresiva como parecía.
—¿Ésta es la Compañía Recicladora Integral y Creadora de Recursos Inocuos?
—Cri-Cri —dijo el hombre—. En qué puedo ayudarla.
—¡Perfecto! —exclamó la joven sonriendo tanto que podían contársele las caries en sus muela de juicio.
Se acercó al mostrador y, con mucho cuidado, extrajo de la bolsa un pesado adoquín que dejó sobre la mesa, luego de pasar la mano varias veces para asegurar su limpieza.
—¿Qué es esto?
—Un viejo amor —respondió la joven—. ¿Cree que podría hacer algo con él?
—Pero por qué… —comenzó el hombre, pero algo en la expresión de la mujer le impidió continuar. No sabía bien qué, si no tenía alguna importancia. Pero no pudo continuar con el insulto que se apresuró hasta su lengua.
Sentía que no era justo tratarla de esa forma. En cambio, dulcificando sus palabras, le respondió:
—Por supuesto que sí, señorita. Nosotros nos haremos cargo. Por favor, en la puerta siguiente encontrará un lugar cómo donde esperar —explicó señalando la puerta y la dirección correcta que debía seguir.
—¿Y cuánto me costará el trabajito? —preguntó la mujer.
—Oh, el precio habitual. No por ser tan linda le cobraremos más de lo debido.
—Oh, que caballero es usted —respondió la mujer parpadeando varias veces sin que las pestañas postizas se movieran de su lugar—. ¿Dice que espere en la otra puerta?
—Si, si. Regrese a la calle y golpeé en la siguiente puerta.
—Muy bien. Esperaré allí. ¿Me avisará cuando esté listo?
—Por supuesto —respondió el hombre tirando la piedra al cesto de la basura.
Ser vecino del hospital psiquiátrico del pueblo ya no resultaba tan gracioso como antes.

7 comentarios:

José A. García dijo...

Si no me ven seguido por sus respectivos blog es porque estoy con problemas de conexión gracias al mal servicio que dan las empresas prestadoras de internet en Argentina; y porque no puedo dejarme el sueldo en cafeterías con conexión wi-fi...

Saludos y Suerte

J.

oenlao dijo...

Vecinos graciosos eran los de Carlitos Bala

Alejo Z. dijo...

Jajaja ahora las únicas risas que sonaban eran las de los grillos. La locura se pega (en el mejor de los casos)
Un abrazo.

Nelson dijo...

Hay una historia, llámalo mito si quieres. Ésta dice que los investigadores y detectives locales, rendidos y extenuados, recurren al hospital del pueblo a escuchar las ocurrencias de un enfermo mental. Tulio dice que se llama y entre sus alocadas anécdotas los detectives encuentran las conexiones perdidas y los eslabones escondidos que los llevan directo al culpable que buscaban. Al parecer es casi un asunto mágico.

Yo no creía, pero un día tuve que ir al hospital, un lugar espantoso, dicho sea de paso, y vi a un tipo de bigote y traje gastado conversando animadamente con un enfermo mental. Tulio, oí que lo llamaba.

Mixha Zizek dijo...

Buen texto y un final excelente. Lo inesperado da la vuelta en tu historia.
Debe ser trsite la vida de estos seres perturbados en vida, interesante y muy buen relato, besos

efa dijo...

se ve que los años le fueron comiendo el humor.
Lo bueno es que me distraje con la historia y no busqué el final de manera anticipada.
Salud Sr!

Noelia A dijo...

Je, buen cuento. No me gustaría vivir al lado del psiquiátrico, aunque probablemente sea más seguro que estar entre cuerdos.

Un abrazo