—¿Recuerda algo de lo que sucedió anoche? ¿Algo
en particular? —preguntó el policía.
—La música estaba muy fuerte,
demasiado. No escuchaba ni mis pensamientos —respondió la chica haciendo lo
posible por cubrir las curvas de su cuerpo con la pequeña chaqueta que le prestara
el oficial.
Al despertar esa mañana se había
descubierto desnuda, con las piernas abiertas y atadas a las patas de la cama
en la que se encontraba tendida. Tenía la mayor parte del cuerpo cubierto de
sangre.
Por supuesto, primero se asustó
mucho, y comenzó a gritar. Un poco más tarde se percató de que la sangre no era
suya, pero no por ello dejó de gritar.
Cada uno de sus gritos reforzaba la
jaqueca que sentía pero no podía dejar de hacerlo.
—¿Algo más? —inquirió el policía
tomando notas—. Algo importante.
Recordó el desatarse, porque sus
manos estaban sueltas. Recordó caminar sobreponiéndose al dolor que sentía
recorriéndole el cuerpo por la casa llena de cuerpos desmembrados, pisando lo que
parecían ser vísceras y coágulos de sangre, hasta encontrar un baño.
—No sé de quién es el departamento
—dijo—, me invitaron a una fiesta y… y…
Recordó mirarse en el espejo. El
maquillaje de colores que cubría su rostro era lo de menos; lo que más la asustó
fueron las extrañas figuras que decoraban sus senos y que parecían reptar sobre
su piel hacia el ombligo, en parte ocultos bajo la sangre, en parte mostrándose
a quien quisiera verla. Las marcas de mordidas las notó un poco después.
—¿Por qué se encontraba en la ducha?
—preguntó el policía —.¿Cuánto tiempo llevaba bajo el agua?
—Me sentía… sucia.
Quería borrar estas cosas de mi cuerpo, pensó sin decirle al policía con cuánta
fuerza se había frotado con el agua y el jabón sin lograrlo. Aún con la cabeza bajo
el agua escuchó que alguien gritaba desde el pasillo, del otro lado de la
puerta: ¡Séptimo piso, departamento
cuatro! ¡Rápido!
—¿Recuerda si le ofrecieron de tomar
alguna droga? ¿La amenazaron de algún modo? —preguntó una vez más el policía.
—No lo sé… —respondió recordando
cada uno de los tragos, de los licores, de todos los sabores y colores, que
aceptó mientras aún podía contarlos.
—Haremos que la examine un médico
forense de la departamental —dijo el oficial que, ahora podía verlo, no tomaba
notas, simulaba hacerlo mientras miraba las piernas, la cadera, cada pulgada de
piel descubierta, con ojos brillosos.
—Siento nauseas… —dijo la chica—.
Mareo…
—Debe ser la resaca. Hay botellas
rotas por todas partes, sobre los muebles, entre los cuerpos, incluso en la cama.
La chica asintió en silencio. Espero que sólo sea eso, pensó mirando
una vez más los extraños dibujos sobre su vientre…
9 comentarios:
Me imagino que sigue ¿verdad? ¡está muy bueno!
Podes imaginar todo lo que quieras, lo que sigue, lo que pasó antes, lo que nunca va a pasar o lo alguna vez pudo haber pasado.
Eso ya queda por tu cuenta, yo cumplí mi parte planteando una posibilidad...
Saludos
J.
Igual vy a pasar a leer tus cuentos.
Hoy veo si empiezo la ilustración que me pediste, que vengo para atrás con todo.
jlg
A una de esas fiestas ni de loca voy.
Un besazo, encanto. Mucha luz para ti.
¡qué miedo da! ¿se puede llegar a perder tanto el control de uno mismo para verte en esa situación?
un saludo
Marian
Hay noches que dejan más que una resaca.
Me quedo pensando qué giro darle a tu historia.
Abrazo!
excelente!
La dejaron viva para dar testimonio de lo acontecido. 7-4=3
Joe: No siempre hay que seguir las modas.
Espérame en Siberia: Hay gente dispuesta a todo, siempre…
Marian: Se puede, si, se puede. Nunca dudes de la capacidad del alcohol para hacer desaparecer el sentido común.
Emilia: Hay noches que entran por la puerta grande a la historia, es cierto.
Caro Pe: Gracias!
Hombre de Neanderthal: Alguien tenía que contar lo que pasó, es cierto. Habrá que ver de qué quiere acordarse.
Saludos a tod@s
J.
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