Como muchas veces le sucedía, no entendía lo
que escuchaba. El orador estaba allí, de pie frente a la audiencia agitando sus
papeles, haciendo un alegato feroz a favor de algo, o en su contra. No lo sabía.
No lo entendía.
Y no porque hablaba, el orador, en
otro idioma. No. Aunque eso sería una respuesta muy práctica al problema y no
hacer otra cosa más que esperar a que el mismo se solucionara por sí mismo. La
dificultad parecía encontrarse en otra parte, en algún lugar oculto del
sistema.
El orador continuaba fustigando con
sus gritos incoherentes y señalaba edificios vetustos de la ciudad ducal que
quedaban a su espalda. Afirmaba sus palabras con golpes de sus palmas y
zapatazos sobre el cajón de madera que lo venía sosteniendo, a duras penas,
durante las últimas horas.
La gente, los espectadores de aquel
hombre, asentía tímidamente, sin demostrar demasiada empatía ni la mayor
apatía, como en los días anteriores. Parecían ser de esas personas que reconocen
lo que está mal en una situación determinada, saben lo que debería hacerse para
solucionarlo y, sin embargo, son incapaces de mover un solo dedo en procura de
esa solución que se encuentra a la vista y al alcance de cualquiera. Escuchaban
como el rebaño que pasta en la pradera.
Las ideas no se encontraban allí. Al
contrario, allí no había nada.
Las palabras continuaban
acumulándose como los granos de arena en los médanos de las playas solitarias.
Ocultando lo que yacía bajo ella. Ocultando la solución para exaltar el
problema, para exponer el conflicto.
Allí estaba todo.
Allí no había nada.
Los adláteres del orador repartían
folletos con extractos de sus palabras. Frases rimbombantes con ínfulas de
convertirse en clásicos del pensamiento intelectualoide.
Se alejó caminando muy despacio
antes de que alguno de esos papeles manchados con tinta y palabras de baja
estofa llegara a su mano. Acariciando la pequeña Orsini que cargaba en el
bolsillo del traje se acercó, como quien decide pasearse por las cercanía, los
pocos metros que lo separaban del palacio.
Una orsini es:
13 comentarios:
Yo no quería que el texto quedara así pero la basura de blogger hace lo que quiere cuando quiere, ergo...
Saludos
J.
ja, ¿y como debería haber quedado, José?
Tenía que haber quedado sin todos esos espacios en blanco entre los párrafos...
Saludos
J.
orsini?
Si, también suele pasarme, pero prefiero blogger antes que wordpress. You gotta love it.
Abrazo
ese orador parece el Alcalde de mi pueblo...
qué manera de desperdiciar palabras...
Res, non verba.
Supongo que Orsini es .... ¿un arma?
No te preocupes, José A. lo importante es el contenido, no el continente.
Y el contenido nos ha dejado satisfechos.
Besos
Cita
Y yo que me había puesto contento!, es la señal de que debo dejar esto y pasarme a las redes mas nuevas. Voy a dejar actualización definitiva, espero pronto!.
El cuento esta re bueno, al fin y al cabo de oradores y mentiras vivimos todos, abrazo!
PD: Las pizzas de Ale estuvieron geniales.
jlg
que bien esta esa sensación de poder pensar, pese a la prepotente persuasión.
saludos Jose!
Oenlao: El mismo que viste y calza.
Sole: Todavía no sé, si la siguen complicando me pasaré a la competencia.
Veronika: Ese orador se parece a mucha gente conocida, o no, que ronda por el mundo queriendo convencer a los demás de que la cosan son como ellos dicen, si o si, a sangre y fuego.
Malena: Si, es un tipo de bomba.
Cita: Gracias. A veces las palabras suenan muy alto, pero no dicen nada.
Joe: El tema de las mentiras es que muchas veces no nos damos cuenta de ellas, o terminamos contándonos una a nosotros mismos con tanta vehemencia que creemos que es, en definitiva, una verdad. ¿Cómo evitamos eso?
Serafín: A veces no se puede, pero lograrlo es una sensación muy liberadora.
Gracias y saludos a tod@s.
J.
Quizás, sea por los gritos y voces que se ahogan que no me dan buena espina los oradores, independientemente si sean religiosos o políticos
Thor: Puede ser, a mí tampoco me caen muy bien que digamos...
Saludos
J.
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